Hay una nave interestelar oculta en nuestro sistema solar, o al menos eso cree un astrofísico
Se trata de una cuestión bastante interesante, pero por la que todavía queda bastante investigación

En las últimas décadas, la comunidad científica ha mostrado un interés creciente en el estudio de fenómenos aéreos no identificados (a partir de ahora UAP por sus siglas en inglés), abordando estas observaciones desde un punto de vista empírico y buscando interpretar su comportamiento a través de las leyes físicas conocidas. Durante décadas, este tipo de contenidos han sido elaborados por personas ajenas a la ciencia, y normalmente con tendencias pseudocientíficas o directamente con bulos. Sin embargo, con el paso de los años, la cuestión de que pueda haber vida inteligente en el planeta es algo que ha ido ganando fuerza dentro del método científico real y serio.
De entre las figuras más relevantes en estas corrientes está Avi Loeb, de la Universidad de Harvard y que recientemente publicó un artículo muy interesante junto con Sean M. Kirkpatrick y que todavía está pendiente de revisión por pares aunque ya está disponible para su pre-impresión en el repositorio de Harvard. En este artículo, analiza la posibilidad de que los UAP puedan ser naves interestelares ocultas en nuestro sistema solar.
Una nave oculta en nuestro sistema solar
Uno de los aspectos clave al analizar objetos en nuestro entorno aéreo o bajo el agua es que cualquier objeto con una maniobrabilidad inusual debería interactuar con el medio circundante, generando señales ópticas brillantes, emisiones de radio y colas ionizadas detectables. Esto implica que, si un UAP exhibiera maniobras extremas sin producir estas huellas, podría tratarse de un error al medir distancias o velocidades, más que de un nuevo tipo de tecnología superavanzada que supere en todos los aspectos lo que sabemos sobre la tecnología. La coherencia de estas ideas parte del reconocimiento de que, incluso al proponer alternativas innovadoras, las restricciones termodinámicas y aerodinámicas siguen vigentes.
Esta visión de las cosas no se limita a fenómenos cercanos a la superficie terrestre. El interés se extiende hacia objetos interestelares que ingresan a nuestro sistema. Un ejemplo ampliamente discutido fue Oumuamua, una especie de roca espacial que mostró propiedades inesperadas al desplazarse, siendo impulsado por la radiación solar sin exhibir la estela gaseosa típica de un cometa. Otro cuerpo, IM2, llamó la atención por poseer una serie de características que resultaba difícil que no nos recordaran de una forma muy importante a la trayectoria de Oumuamua, aunque sin establecerse una conexión directa entre ambos. En estos casos, se ha señalado la posibilidad de que objetos así pudieran ser de origen artificial. No es la opinión más avalada, pero no deja de ser interesante tenerla e ncuenta.
De hecho, el propio Loeb considera que estos satélites podrían estar en la zona habitable de los sistemas solares que visitan para alimentarse de la luz solar.
La especulación sobre una presencia tecnológica extraterrestre ha abierto la puerta a modelos conceptuales que contemplan una nave nodriza que dispersa pequeñas sondas, las cuales se esparcen a través del espacio con el propósito de explorar entornos habitables. Estas sondas podrían operar de manera autónoma, aprovechando recursos locales y empleando propulsión química convencional, velas de luz u otros métodos. Al no estar limitadas por las condiciones requeridas para mantener la vida biológica, estas pequeñas sondas podrían reproducirse empleando inteligencia artificial y materiales locales, multiplicando su número de forma exponencial, sin la necesidad de transportar grandes cargas orgánicas.
Aunque las dificultades energéticas y de velocidad relacionadas con el viaje interestelar son evidentes, la investigación del artículo de Loeb que la propulsión química pura no basta para alcanzar escalas interplanetarias o interestelares a ritmos razonables. Las velas de luz aparecen entonces como una alternativa factible, combinadas con la idea de una matriz nodriza que libera dispositivos más pequeños adaptados a cada escenario, optimizando el uso de energía y reduciendo el riesgo en cada operación.
La detección de estos hipotéticos dispositivos dependería de firmas mensurables, como emisiones ópticas y de radio producidas al interactuar con la atmósfera terrestre. Estas señales ofrecerían indicios al momento de evaluar su procedencia. En este contexto, las observaciones de UAP no deberían interpretarse sin antes contrastar las trayectorias, las velocidades y los tamaños estimados con las limitaciones del entorno físico. El perfeccionamiento de sensores, métodos analíticos y nuevas tecnologías de rastreo serán factores cruciales para refinar esta clase de estudios.
Esto no quiere decir que los UAP que hay en el sistema solar sean 100% sondas extraterrestres que se han desprendido de una especie de matriz que se encontraría oculta en nuestro sistema solar, pero podría ser una opción que Avi Loeb y su equipo están tratando de determinar. Es una posibilidad que se abre en base a la interpretación de los datos que quieran darle los expertos.