Las cotorras no eligen amigos al azar: un estudio revela que "tantean el terreno" con una táctica casi humana
Las cotorras monje usan la proximidad física como herramienta para evaluar amenazas antes de interactuar. El estudio demuestra que evitan el contacto directo inicial para reducir el riesgo de agresiones en el grupo
Las cotorras monje viven en sociedades complejas donde un paso en falso puede acabar en una pelea seria. Hasta ahora sabíamos que eran animales sociales, pero un nuevo estudio ha desvelado la sofisticada estrategia de gestión de riesgos que utilizan al conocer a un extraño. No buscan amistad inmediata, sino seguridad: prefieren compartir espacio físico sin contacto directo como paso previo innegociable antes de arriesgarse a una interacción real.
El estudio se ha publicado en Royal Society Biology Letters y analiza cómo estas aves navegan la incertidumbre social. Los datos muestran que, al introducir nuevos individuos, la proximidad espacial actúa como un amortiguador. Las cotorras se posan cerca unas de otras pero evitan tocarse, utilizando esa cercanía pasiva para evaluar la amenaza sin exponerse a un ataque físico directo, una táctica que reduce drásticamente las probabilidades de agresión.
De la tolerancia a la intimidad
El hallazgo clave es que existe una correlación inversa entre agresión y familiaridad. Durante las primeras fases, cuando el riesgo de violencia es alto, las aves invierten tiempo en tolerar la presencia ajena. Solo cuando esa "auditoría de seguridad" es positiva, pasan al acicalamiento mutuo. Esto sugiere un nivel de procesamiento cognitivo que apoya la teoría de que más animales de los que pensamos tendrían conciencia sobre las intenciones de sus congéneres.
Este comportamiento demuestra que la formación de vínculos no es un impulso automático, sino una negociación constante. Al igual que se ha estudiado si la empatía surgió evolutivamente mucho antes de nuestra especie, las cotorras monje exhiben una prudencia que denota inteligencia social. El paso de la mera tolerancia a compartir comida es costoso energéticamente y peligroso, por lo que reservan esa inversión solo para aliados validados.
Los mecanismos biológicos que facilitan este tránsito son fascinantes. Aunque en mamíferos sabemos que la oxitocina es el secreto para crear un vínculo profundo, en estas aves el detonante parece ser la reducción del estrés mediante la habituación. Es un proceso sensorial distinto a cómo los perros conocen el mundo con su hocico, basado aquí en la vigilancia visual y la proximidad controlada.
Lo fascinante no es que tengan amigos, sino la frialdad con la que evalúan el coste de tenerlos. Este comportamiento revela que la inteligencia social sirve, ante todo, para sobrevivir a la propia comunidad. En un entorno donde una mala alianza se paga cara, la desconfianza inicial no es un defecto, sino la herramienta evolutiva más sofisticada que poseen.