Por primera vez, la NASA ha capturado algo que no se había visto en Marte. El crepitar de un trueno

El rover Perseverance confirma la existencia de actividad eléctrica en la atmósfera marciana, un fenómeno que hasta ahora solo era teórico

Por primera vez, la NASA ha capturado algo que no se había visto en Marte. El crepitar de un trueno
El instrumento SuperCam ha logrado aislar el sonido de estas pequeñas descargas estáticas generadas por la fricción dentro de los remolinos de polvo
Publicado en Ciencia
Por por Sergio Agudo

La NASA ha conseguido por fin escuchar lo que llevaba décadas buscando: el sonido de la electricidad en Marte. El rover Perseverance ha captado por primera vez unas descargas acústicas provocadas por la fricción del polvo en la atmósfera, confirmando que el planeta rojo tiene una actividad eléctrica real y medible. No son los truenos estruendosos que conocemos aquí, sino unos chasquidos sutiles que demuestran que la meteorología marciana es mucho más compleja y dinámica de lo que creíamos hasta ahora.

Los detalles de este hallazgo se han publicado en la revista Nature y los recoge ScienceAlert. El equipo liderado por el físico Baptiste Chide ha identificado estas señales gracias al micrófono de la SuperCam, pero para estar seguros de que no era ruido del propio robot, replicaron las condiciones en un laboratorio terrestre. El resultado fue una firma acústica idéntica que valida sin dudas la presencia de electricidad estática en las tormentas marcianas.

Unos rayos invisibles y silenciosos para el oído humano

Para que nos entendamos, la SuperCam no es una simple cámara de fotos. Es el conjunto de instrumentos situado en la "cabeza" del mástil del rover que incluye láseres para analizar rocas y, lo crucial aquí, un micrófono de alta sensibilidad. Originalmente se diseñó para escuchar el chasquido del láser golpeando las piedras y saber de qué están hechas, pero ha resultado ser una herramienta vital para captar estos sonidos atmosféricos que ningún otro sensor había logrado registrar antes.

Durante dos años de escucha atenta se han detectado 55 eventos de descarga, aunque la mayoría son extremadamente débiles. Hablamos de energías que oscilan entre los 0,1 y 150 nanojulios, cifras ridículas si las comparamos con los mil millones de julios de un rayo terrestre. Son chispas tan tenues que apenas alcanzarían los 40 milijulios en su pico máximo, lo que las hace invisibles al ojo pero detectables por los sensores más finos.

Estas descargas se producen principalmente cuando el viento sopla fuerte o pasan los característicos remolinos de polvo. Es un fenómeno físico clave para entender la meteorología actual de un mundo que, tras haberse confirmado que pudo tener océanos en el pasado, ha perdido gran parte de su densidad atmosférica. La fricción de las partículas secas actúa como un generador natural de carga que modifica la química del aire.

Más allá de la ingeniería, esto tiene una implicación fascinante para la astrobiología. La electricidad facilita la formación de compuestos orgánicos complejos, una pieza fundamental en el puzle del origen de la vida. Saber que Marte tiene este mecanismo activo refuerza la teoría de su habitabilidad antigua, un eco del pasado tan potente como ese disco que aguarda en Marte con el mensaje de Carl Sagan para quien logre encontrarlo.

Todo esto obliga a replantear el diseño de las futuras misiones tripuladas y de la maquinaria que enviaremos allí. Si el polvo genera electricidad de forma habitual, los trajes espaciales y los hábitats deberán contar con blindaje contra estas microdescargas. No es un riesgo letal inmediato, pero sí un factor de desgaste constante para la electrónica sensible que operará en la superficie durante largos periodos.

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