Crítica de 'La mano que mece la cuna', un remake con buenas ideas las cuales olvida demasiado pronto
La reinterpretación moderna del clásico de 1992 llega a Disney+
La mano que mece la cuna es esa película de la que todos habéis oído hablar, conocéis el título, vaya, pero seguro que muchos no habéis visto, pese a que este film de 1992 dirigido por Curtis Hanson fue todo un éxito en su día y es uno de los thrillers más recordados de aquel entonces.
La historia seguía a Claire Bartel, interpretada por Annabella Sciorra (Los Soprano), una mujer embarazada que denuncia a su ginecólogo por abuso sexual, haciendo que este se suicide, dejando a su vez a su esposa (Rebecca De Mornay) viuda y también encinta.
Ésta, debido a la situación, sufre un aborto, por lo que decide vengarse de Claire infiltrándose en su vida haciéndose pasar por una niñera de nombre Payton Flanders, una de las villanas más memorables de la cartelera de los noventa.
Una película que abordaba temas tan manidos como el miedo a la sustitución, un motivo recurrente en thrillers domésticos, pero también otros más originales, caso de la invasión del hogar y la confianza traicionada, y por supuesto la maternidad y la identidad femenina en un subtexto sobre el control y la pérdida de poder dentro del entorno familiar.
Su puesta al día
Unos elementos que no es que se hayan perdido del todo (a veces sí) en esta nueva versión que Disney+ estrena en nuestras fronteras el 19 de noviembre, pero que sí se han digamos transformado de tal manera que por momentos resultan irreconocibles, lo que tampoco sería malo per se.
Y es que hay que dejar claro que la nueva La mano que mece la cuna moderniza la historia sin renunciar del todo a su esencia: la niñera manipuladora, la madre vulnerable, la casa que parece un refugio y acaba convertida en trampa.
En esta ocasión, Caitlyn Morales (Mary Elizabeth Winstead) es una madre abogada, acomodada, que vive en un entorno suburbano desde el que el lujo y la seguridad parecen disimular su fragilidad. Al mismo tiempo, Polly Murphy (Maika Monroe) no es sólo una niñera resentida: su historia conecta con las desigualdades, la marginación social y la venganza desde una herida real.
Esa tensión entre lo íntimo y lo estructural es uno de los aciertos más claros pues este nuevo film no es solo un thriller vieja escuela, sino una relectura con conciencia de su tiempo, y la culpa ala tiene su directora, la mexicana Michelle Garza Cervera.
Entre lo seductor y lo inquietante
Winstead encarna a Caitlyn con una mezcla de cariño maternal y culpa, como si cada gesto cotidiano (dar el pecho, preparar la comida, cuidar del bebé) estuviera cargado de arrepentimiento y miedo. Convincente especialmente en esos momentos donde la tensión no se dice con palabras, sino con miradas.
Monroe, por su parte, nos da una Polly fría, pero también con un deje de vulnerabilidad que la hace más compleja que la, por otra parte, icónica Payton Flanders de Rebecca De Morna. No es solo una villana al uso, sino que parece motivada por algo más íntimo, un resentimiento profundo, y Maika Monroe lo retrata con una mirada que a veces transmite dolor, otras obsesión.
Personajes que, sin embargo, chocan con el papel del padre, interpretado por un Raúl Castillo con mucho menos trasfondo y desaprovechado, una sensación de la que seremos más y más conscientes según se acerque el final de la cinta.
No sabe qué quiere ser
De hecho su último tramo, aunque con sus momentos de tensión, en ningún momento logra acercarse en atmósfera a la original, pese a que las composiciones musicales de Ariel Marx son un elemento esencial a la hora de crear y desarrollar una sensación de agobio casi constante.
Por no hablar de unos niveles de violencia que no calificaríamos de gratuitos pero sí de desmedidos a tenor del todo general de la película. No es que sobren, es que no encajan con el tono psicológico que persigue el film durante su primera hora y media.
Aciertos modernos
Siguiendo con los cambios, algunos de ellos son bien recibidos y sirven para explicar las motivaciones de Polly. Quizás no ese pequeño idilio cuasi lésbico que ni se desarrolla ni se necesita para entender a las dos grandes protagonistas, pero sí el tema de las desigualdades sociales y las clases.
La desproporción entre Polly y la familia Morales está muy marcada, sirviendo en cierta manera de telón para pensar en cómo las desigualdades alimentan la venganza.
Opinión final
Con todo, esta nueva versión moderna de La mano que mece la cuna tiene como principal virtud la ambición a la hora de querer revitalizar un clásico acercándolo a las sensibilidades modernas, lo cual es un riesgo viendo a las velocidades que cambian éstas, pero ahora mismo, nos vale.
Sin embargo, el no aferrarse con más fuerza a la original la ha desdibujado irremediablemente, perdiendo parte de la tensión por el camino, sin contar el hecho de que en la de 1992 era incluso sencillo empatizar con ambas partes; algo que resulta imposible ahora, lo que hará que al acabar y comenzar los títulos de créditos finales no tengamos esa sensación en el estómago que si tuvimos hace más de tres décadas.
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