¿Es la IA más inteligente que nosotros? Un profesor de medios revela su superioridad en la memoria
ChatGPT y otros sistemas de IA están cambiando nuestra forma de pensar y relacionarnos, reduciendo la dependencia de especialistas humanos en favor de chatbots entrenados con datos mayoritariamente estadounidenses
Un profesor de la Universidad de Oslo ha advertido que la inteligencia artificial está debilitando nuestra capacidad de pensamiento crítico. Petter Bae Brandtzæg, especialista en innovaciones mediáticas, señala que ChatGPT ha alcanzado 800 millones de usuarios en apenas tres años. Un ritmo que rompe todos los récords y que ha convertido esta tecnología en algo de lo que ya no podemos prescindir.
El experto noruego explica en Tech Xplore que la IA interfiere directamente con nuestra capacidad de pensar, leer y escribir. Las redes sociales podemos evitarlas hasta cierto punto, pero la IA no. Está integrada en Word, periódicos online, correo electrónico y redes sociales. Todos nos convertimos en socios de la IA, queramos o no.
La IA nos hace más individualistas

Petter Bae Brandtzæg, el investigador que ha conducido el estudio
Brandtzæg ha desarrollado el concepto de "individualismo IA" para explicar cómo estos sistemas nos vuelven más autónomos y reducen nuestra dependencia de otras personas. Lo que el científico quiere decir es que los vínculos comunitarios se debilitan porque acudimos a un chatbot antes que a un especialista humano. Y los datos lo confirman.
Un experimento ciego reveló que más de la mitad de los estudiantes noruegos prefieren respuestas de chatbots a las de profesionales en cuestiones de salud mental. Menos del 20% opta por especialistas humanos. "Esto demuestra lo poderosa que es esta tecnología", explica Brandtzæg, quien lleva años estudiando las relaciones humano-IA con chatbots como Replika.
El investigador también introduce el concepto de "poder de modelo", basado en una teoría del sociólogo Stein Bråten de hace 50 años. Viene a decir que quien tiene un modelo de la realidad con impacto obliga a otros a aceptarlo. En los años 70 ese poder lo tenían los medios y la ciencia. Ahora lo tiene la IA, y se extiende por informes públicos, medios, investigaciones y enciclopedias.
Y aquí viene lo curioso. Una encuesta de agosto de 2025 muestra que el 91% de los noruegos están preocupados por la desinformación generada por ChatGPT, Copilot y Gemini. Pero Brandtzæg ha revisado varios estudios que demuestran lo contrario: aunque nos guste decir que somos críticos, seguimos los consejos de la IA. Es la primera vez que hablamos con una entidad que ha leído tantísimo, lo que le otorga un poder aterrador.
Las "alucinaciones" ya han traído consecuencias. El municipio de Tromsø utilizó como base para cerrar ocho colegios un informe con fuentes inventadas por IA. Brandtzæg se pregunta cuántos otros municipios han hecho lo mismo. Lo mismo pasa en educación, donde ChatGPT y Gemini generan lecciones que promueven solo memorización en lugar de pensamiento crítico.
El profesor también critica el sesgo cultural de estos sistemas. Las empresas de IA tienen base en Estados Unidos y se construyen con datos principalmente americanos. Brandtzæg calcula que apenas el 0,1% del contenido de ChatGPT es noruego, lo que significa que nos relacionamos con información estadounidense que puede condicionar nuestros valores y decisiones. El principio del "el ganador se lo lleva todo" no considera diversidad cultural.
Como viene siendo habitual con la IA, los algoritmos también están sustituyendo a psicólogos porque resultan más accesibles y baratos que la terapia tradicional. Brandtzæg no está solo en su advertencia: otros expertos señalan que dependemos de una tecnología que no comprendemos del todo y que puede amplificar sesgos en lugar de eliminarlos.
El profesor remata con una idea contundente: nunca antes nos habíamos enfrentado a una tecnología tan intrusiva. La IA no es un proyecto público y democrático, sino comercial, impulsado por unas pocas empresas americanas y multimillonarios. Justo lo contrario de lo que busca la regulación europea, que intenta poner límites a su expansión sin control.
La pregunta no es si la IA es más inteligente que nosotros. La pregunta es si estamos dispuestos a ceder nuestro pensamiento crítico a cambio de respuestas rápidas que parecen perfectas pero que pueden estar condicionadas por intereses comerciales ajenos a nuestras necesidades reales. Y la respuesta, como parecen aventurar muchos expertos, es oscura.