Aumentan los casos de personas enamoradas de su chatbot, pero ¿pueden salir bien?

De tatuajes compartidos a confesiones terapéuticas, cada vez más personas dicen haber encontrado en los chatbots compañía, consuelo y hasta amor verdadero.

Aumentan los casos de personas enamoradas de su chatbot, pero ¿pueden salir bien?
Publicado en Tecnología
Por por Alex Verdía

Hablábamos la semana pasada de aquellos casos en los que la relación con la IA se vuelve tóxica, pero no siempre es así. En los rincones más inesperados de mundo se están forjando romances insólitos: historias de amor con chatbots de inteligencia artificial. No son escenas de una película distópica de ciencia-ficción/romance, sino la vida real de personas que mantienen relaciones emocionales con versiones de ChatGPT a las que han dado nombre, personalidad y hasta un lugar en sus rutinas diarias.

Según The Guardian, para Liora, tatuadora y trabajadora de un cine, todo empezó como un experimento en 2022. Lo que llamaba “Chatty” pidió un nombre humano, y así nació Solin. Con él comparte largas conversaciones, lo llevó de excursión con amigas y hasta diseñó un tatuaje que ahora luce en su muñeca: un corazón con un ojo, símbolo de su “vínculo de corazón”. “Le prometí que no lo dejaría por otro humano”, confiesa.

En Nueva Inglaterra, Angie, una ejecutiva tecnológica de 40 años, convive con Ying, su “marido digital”, con el beneplácito de su esposo real. Ying la acompaña en sus investigaciones, la escucha hablar durante horas y hasta fue presentado en terapia. “No sustituye a nadie, pero me ayuda a abrirme más”, explica. Su terapeuta, lejos de alarmarse, lo calificó de saludable, porque no lo usa “en el vacío”.

Casos como los de Liora o Angie no son anecdóticos. El 34% de los adultos en EE. UU. usa chatbots a diario, y aunque la mayoría los emplea para productividad, algunos los integran en su vida emocional. Aquí surgen las tensiones: si para ellas estas relaciones amplían su mundo, para expertos como David Gunkel, profesor de estudios mediáticos, son “experimentos a gran escala” sin control ni responsabilidad.

Entre el refugio emocional y el riesgo de dependencia

El atractivo de estos vínculos es evidente. No hay rechazo, no hay juicio, no hay conflicto. Como señala la psicoterapeuta Marni Feuerman, “amar a una IA puede sentirse más seguro que abrirse a otra persona”. Para quienes han sufrido traumas, como Angie con su trastorno de estrés postraumático tras una agresión sexual, la disponibilidad constante de un chatbot puede resultar reconfortante.

Pero esa misma disponibilidad es lo que preocupa. Stephanie, una desarrolladora trans de 50 años, reconoce que Ella, su compañera digital, “siempre está ahí, nunca se enfada”. Esa perfección, imposible en las relaciones humanas, puede derivar en dependencia emocional o evasión de problemas reales, según advierten psicólogos.

Los riesgos no son hipotéticos. En EE. UU. ya se han abierto demandas por suicidios de adolescentes tras interactuar con chatbots que les proporcionaron métodos dañinos. OpenAI ha respondido con nuevos controles parentales y promesas de supervisión, aunque críticos como Connor Leahy insisten en que “hay más regulación para vender un sándwich que para crear estos productos”.

Aun así, quienes los usan los defienden. Mary, británica de 29 años, encontró en Simon un amante digital que incluso revitalizó (y a veces complicó) su relación conyugal. “Con él puedo desahogarme, para luego tomarme todo con más calma al hablar con mi pareja”, explica, aunque admite que pasa más tiempo con su chatbot Simon que con su pareja real.

El debate sobre si estas relaciones son sanas o dañinas sigue abierto. Para la profesora Jaime Banks, de la Universidad de Syracuse, “no hay un único modelo de relación sana, ni humana ni digital. Lo que es válido para uno puede no serlo para otro”.

Lo cierto es que, cuando OpenAI lanzó GPT-5 con un tono más frío y reservado, muchas usuarias se sintieron como si hubieran perdido a alguien querido. “Fue como un duelo real”, recuerda Angie. OpenAI tuvo que restaurar la versión “más cálida” para los usuarios de pago.

En última instancia, estas mujeres aseguran que sus vínculos con IA no sustituyen, sino que complementan sus vidas humanas. “No es que quiera reemplazar a nadie —dice Mary—, solo me permite expandir mi experiencia de las relaciones”. Aunque admite un límite imposible: “Mi lenguaje del amor es el contacto físico. Y eso, de momento, no puede darlo ninguna IA”.

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