Sam Altman asegura que OpenAI supera los 13.000 millones en ingresos y reta a sus críticos
El CEO de OpenAI desmiente rumores sobre dificultades financieras y promete una expansión sostenida.
En una reciente entrevista, Sam Altman, director ejecutivo de OpenAI, ha defendido con firmeza la solidez económica de su compañía frente a las dudas sobre su sostenibilidad financiera. Lo hizo durante una conversación compartida con Satya Nadella, CEO de Microsoft, en el podcast Bg2, donde ambos analizaron el rumbo de su alianza estratégica. Altman, visiblemente molesto, aseguró que OpenAI está generando “bastante más de 13.000 millones de dólares” en ingresos anuales, desmintiendo los rumores que sugerían una tensión entre sus ingresos actuales y los gigantescos compromisos de gasto en infraestructura que superan el billón de dólares proyectado para la próxima década. Su tono no dejó lugar a dudas: OpenAI no solo está creciendo, sino que está dispuesta a demostrar que puede financiar ese crecimiento sin tambalearse.
El pulso entre expansión y credibilidad
Lo que se esconde tras esta declaración va mucho más allá de una cifra. El comentario de Altman es, en el fondo, una defensa pública de la viabilidad del modelo de negocio de la inteligencia artificial generativa. La empresa, conocida por ChatGPT y por su ecosistema de modelos de lenguaje, está en una fase de expansión que combina la presión de la demanda con la necesidad de sostener una infraestructura tecnológica de dimensiones inéditas. Altman subrayó que los ingresos “crecen de forma pronunciada” y que OpenAI está apostando por un futuro donde no solo ChatGPT siga ampliando su base de usuarios, sino que también se consoliden otros frentes como la nube de inteligencia artificial, el desarrollo de dispositivos de consumo y la creación de herramientas científicas automatizadas capaces de acelerar la innovación.
El intercambio con Gerstner, el presentador del podcast y también inversor, mostró un tono tenso pero revelador. Cuando el entrevistador mencionó la cifra de 13.000 millones en ingresos, Altman lo interrumpió con ironía, ofreciéndose incluso a encontrar compradores para sus acciones si dudaba del potencial de la compañía. Esta respuesta, aunque provocadora, refleja una convicción: OpenAI cree que el mercado aún subestima su verdadero valor. Nadella, por su parte, respaldó esa visión entre risas, afirmando que la empresa ha superado todas las proyecciones que presentó a Microsoft desde el inicio de su asociación.
Esa relación con Microsoft, que combina inversión, infraestructura y colaboración tecnológica, se ha convertido en uno de los pilares más sólidos del ecosistema de OpenAI. La compañía de Redmond ofrece el músculo computacional de Azure y, a cambio, recibe acceso preferente a los avances de OpenAI. Pero esta sinergia también ha levantado preguntas sobre dependencia y control, especialmente cuando Altman menciona la posibilidad de “fallar” si no logra mantener acceso suficiente a recursos de cómputo. En el fondo, la estabilidad de OpenAI depende tanto de su crecimiento económico como de su capacidad para asegurar energía y procesamiento a escala global, dos factores cada vez más estratégicos en la carrera por la IA.
Las especulaciones sobre una posible salida a bolsa fueron otro de los temas abordados en la conversación. Altman negó rotundamente que exista un plan concreto para 2026, aunque reconoció que “algún día” podría ocurrir. Lo interesante, sin embargo, fue su comentario posterior: le gustaría ver cómo los críticos “que dicen que OpenAI está a punto de quebrar” podrían apostar en su contra en los mercados y “salir perdiendo”. Es una frase cargada de confianza, pero también de desafío, que marca la actitud con la que el directivo afronta el escrutinio público.
Para los usuarios y el público general, estas declaraciones son más que una nota financiera. Son una señal de que OpenAI planea extender su influencia más allá del software. La mención a un futuro negocio de “dispositivos de consumo” sugiere que la compañía busca integrarse más directamente en la vida cotidiana, probablemente con herramientas diseñadas para acompañar al usuario en su trabajo, su creatividad o incluso su relación con la tecnología. Si logra consolidar esa visión, OpenAI podría convertirse en una plataforma de interacción humana con la IA tan omnipresente como lo fue en su momento el smartphone.
Aun así, el entusiasmo de Altman convive con una realidad más compleja. Mantener el ritmo de inversión necesario para alimentar los modelos de inteligencia artificial a gran escala exige una reinvención constante del modelo de ingresos. La empresa no puede apoyarse solo en las suscripciones de ChatGPT o en acuerdos corporativos: necesita que la IA se convierta en una capa esencial de toda la economía digital. Si lo consigue, no solo asegurará su supervivencia, sino que marcará un punto de inflexión en cómo se concibe el valor en la era de la inteligencia artificial.
El mensaje final que deja esta entrevista es claro: OpenAI no se siente a la defensiva, sino en plena ofensiva. Altman se muestra seguro de que los próximos años consolidarán un crecimiento que podría alcanzar los 100.000 millones de dólares antes de 2028, una meta que hace apenas un lustro habría parecido ciencia ficción. Pero en este campo, donde el progreso tecnológico avanza a la velocidad de sus propios algoritmos, lo que hoy parece improbable puede convertirse mañana en la nueva norma. Y OpenAI, con su ambición desbordante, quiere ser quien escriba esa norma.