Sam Altman, CEO de OpenAI, en su momento más duro por ser multimillonario: "todo el mundo te odia por todo"

El directivo de la empresa creadora de ChatGPT, con una fortuna estimada en 1.200 millones de dólares, se queja públicamente de las críticas mientras disfruta de mansiones de lujo en varias ciudades de Estados Unidos

Sam Altman, CEO de OpenAI, en su momento más duro por ser multimillonario: "todo el mundo te odia por todo"
El multimillonario se queja en público de las críticas mientras acumula propiedades de lujo y mantiene una guerra abierta con Elon Musk por el control de la inteligencia artificial
Publicado en Tecnología
Por por Sergio Agudo

La frustración de ser uno de los empresarios tecnológicos más poderosos ha pasado factura a Sam Altman. Con aires de víctima, el magnate se desahogó recientemente en redes sociales por los ataques que recibe a pesar de, según sus propias palabras, llevar "una década trabajando para crear una superinteligencia que cure el cáncer o lo que sea". Sus lamentos llegan en pleno auge de su influencia y mientras su cuenta bancaria sigue engordando a ritmo vertiginoso, lejos de cualquier problema mundano que afrontan sus usuarios.

Según publica el medio digital Futurism, el CEO de OpenAI ha mostrado sin tapujos su hartazgo por las críticas que le llueven desde todos lados, ignorando su posición privilegiada como multimillonario al frente de la empresa que ha puesto ChatGPT en boca de todos. Sus quejas coinciden con un patrimonio personal que ronda los 1.200 millones de dólares y un tren de vida repleto de propiedades y vehículos que quitarían el hipo a cualquiera.

El precio de la fama en Silicon Valley

Altman no solo ha puesto el grito en el cielo por las críticas generales, sino que también montó en cólera al descubrir que los usuarios se atreven a usar su propia tecnología para hacer memes con su cara al estilo Studio Ghibli. Esta rabieta choca frontalmente con sus condiciones de vida: mansiones en Hawaii, San Francisco y Napa Valley, además de una colección de coches que, según las malas lenguas, dejaría en ridículo a más de un astro del deporte.

La vida del directivo tecnológico se complica aún más por su relación de cuchillos largos con Elon Musk, cofundador de OpenAI antes de dar un portazo en 2018. La enemistad entre estos dos pesos pesados alcanzó niveles estratosféricos cuando Musk puso sobre la mesa 97.400 millones de dólares por la compañía, a lo que Altman soltó un dardo envenenado: "No gracias, pero podemos comprar Twitter por 9.470 millones si quieres", una pulla que el dueño de Tesla devolvió llamándolo a secas "estafador".

En medio de este circo mediático, OpenAI sigue a lo suyo con planes ambiciosos que incluyen el lanzamiento de GPT-4.5, que Altman vende como un modelo con "magia" nunca vista que, además, sería un "avance técnico nunca visto" por su forma de interactuar, así como el futuro GPT-5, que podría estar al alcance incluso de quienes no sueltan un duro por el servicio. Para muchos analistas del mundillo tecnológico, los lloriqueos de Altman son el pan nuestro de cada día entre los magnates digitales que buscan palmaditas en la espalda además de contar billetes.

Stephen Moore, analista crítico con la actitud de Altman y otros supermillonarios, se muestra tremendamente certero cuando dice que "no les basta con amasar pasta e influencia, también quieren que les hagamos la ola", un dardo que refleja el enfado generalizado hacia unos ejecutivos que nadan en la abundancia mientras la desigualdad se dispara. Entre tanto, el CEO tiene otros quebraderos de cabeza, ya que la caja registradora de OpenAI no termina de echar humo mientras Altman sueña con planes faraónicos que costarían varios billones para lo que él llama, con grandilocuencia típica de Silicon Valley, "una nueva era de la inteligencia artificial".

Todo esto mientras China le adelanta por la derecha con modelos más baratos que funcionan igual o mejor (ahí está DeepSeek). Más allá de sus pataletas públicas y las peleas de gallos corporativas, Sam Altman ejemplifica como nadie las contradicciones de un sector tecnológico que no para de vendernos un futuro maravilloso mientras sus capitanes amontonan fortunas obscenas.

Sus llantos sobre ser odiado "por todo" suenan a chiste malo cuando los suelta alguien que pertenece al club más exclusivo del planeta: el de los multimillonarios que deciden qué tecnologías usaremos mañana mientras contemplan sus dominios desde alguna de sus múltiples casas de ensueño. Una desconexión con la realidad que, paradójicamente, solo consigue que la gente le tenga aún menos simpatía. Pobre niño rico.

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