La conciencia existe, pero la ciencia no tiene ni la más mínima idea de cómo o por qué

Un estudio histórico en Nature enfrenta a teorías rivales sobre la conciencia, revelando más incógnitas que certezas sobre el misterio más profundo del cerebro humano

La conciencia existe, pero la ciencia no tiene ni la más mínima idea de cómo o por qué
Investigadores del Cogitate Consortium utilizaron técnicas avanzadas de neuroimagen para poner a prueba las principales teorías sobre la conciencia, sin lograr confirmar ninguna de ellas
Publicado en Ciencia
Por por Sergio Agudo

La neurociencia lleva décadas intentando resolver uno de los mayores misterios de la existencia humana: el origen de la conciencia. Un estudio reciente publicado en Nature por el Cogitate Consortium ha puesto a prueba las dos principales teorías sobre este fenómeno, y los resultados confirman que estamos lejos de comprender cómo surge la experiencia consciente a partir de la actividad cerebral.

El trabajo representa un hito metodológico al conseguir que defensores de hipótesis rivales colaboraran para diseñar experimentos que pusieran a prueba sus propias predicciones. Esta aproximación adversarial, sin precedentes en el campo, ha demostrado las limitaciones de ambos modelos teóricos, dejando a la comunidad científica con más preguntas que respuestas sobre el funcionamiento de nuestra experiencia subjetiva.

El cerebro consciente: un duelo teórico sin vencedor

Las dos teorías enfrentadas representan los paradigmas dominantes en la investigación actual. La teoría del espacio global de trabajo neuronal sostiene que la conciencia emerge cuando la información se propaga a través de redes cerebrales, especialmente hacia la corteza prefrontal. Por su parte, la teoría de la información integrada propone que la experiencia consciente depende de la capacidad del sistema nervioso para integrar información de manera compleja en regiones como la corteza posterior.

Los resultados del estudio no favorecieron a ningún bando. Los investigadores no lograron detectar la "ignición neuronal" que predice la teoría del espacio global, ni pudieron decodificar todos los contenidos conscientes desde la corteza prefrontal. La teoría rival tampoco salió mejor parada, al no demostrar la sincronización sostenida en la corteza posterior que su modelo anticipaba.

Esta falta de conclusiones definitivas refleja la magnitud del desafío: en 2022 se registraban 22 teorías sobre la conciencia basadas en biología cerebral; en 2025, ya superan las 200. Como anticipó el psicólogo Daniel Kahneman, impulsor de las "colaboraciones adversarias", estos resultados difícilmente alterarían las convicciones arraigadas de los teóricos en cada bando.

Lo realmente valioso del estudio es haber establecido un estándar metodológico para evaluar teorías sobre la conciencia. Por primera vez, expertos con visiones contrapuestas acordaron criterios objetivos para poner a prueba sus ideas, replicando experimentos en laboratorios independientes y reduciendo así los sesgos que tradicionalmente han obstaculizado el avance en este campo.

El llamado "problema duro" de la conciencia, como lo denominó el filósofo David Chalmers, persiste: aunque avancemos en comprender los mecanismos neuronales asociados a estados conscientes, explicar cómo surge la experiencia subjetiva sigue siendo un enigma. Mientras el debate continúa, investigaciones paralelas exploran áreas como implantes cerebrales para trastornos neurológicos o el deterioro cerebral que inicia hacia los 40 años.

Las implicaciones van más allá de la neurociencia pura, alcanzando campos como la inteligencia artificial y la bioética, donde proyectos controvertidos como el trasplante de cabeza plantean preguntas fundamentales sobre la naturaleza de la identidad y la conciencia. Lo que sí parece estar claro es que todas esas preguntas surgidas a raíz del estudio no van a tener una respuesta pronto.

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