Ni Bali ni la Riviera Maya, los antepasados del Ser Humano vivieron en un lugar muy inesperado

Un estudio genético revela que el ADN de momias halladas en el antiguo Sahara Verde reescribe nuestra historia y desafía lo que creíamos sobre migraciones humanas

Ni Bali ni la Riviera Maya, los antepasados del Ser Humano vivieron en un lugar muy inesperado
Las ondulantes dunas del Sahara actual esconden un pasado sorprendente: hace 7.000 años era un territorio verde y fértil donde habitaban poblaciones con un linaje genético único y aislado
Publicado en Ciencia
Por por Sergio Agudo

Cuando pensamos en los orígenes humanos, la imagen que nos viene a la cabeza suele ser la de sabanas africanas o cuevas europeas llenas de arte prehistórico. Pero la realidad es bastante diferente. Un reciente estudio nos descubre un escenario inesperado: el Sahara. No el mar de arena que conocemos hoy, sino un territorio verde y fértil con lagos y praderas que, durante miles de años, albergó grupos humanos con un ADN que nos está dando más de una sorpresa.

Según ha revelado el Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva, el ADN extraído de dos momias de 7.300 años de antigüedad halladas en el abrigo rocoso de Takarkori (Libia) ha aportado pistas cruciales sobre quiénes habitaban el norte de África durante el período húmedo africano, una época que se extendió desde hace 14.500 hasta 5.000 años.

Un linaje aislado en el corazón de África

Las pruebas genéticas muestran que estos habitantes del Sahara Verde pertenecían a un linaje norteafricano con raíces muy antiguas, que se separó de los grupos al sur del Sahara hace unos 50.000 años, justo cuando los primeros humanos empezaban a salir de África. Lo llamativo es que este grupo se mantuvo prácticamente aislado durante miles de años, y comparte características genéticas con los restos de cazadores hallados en Marruecos de hace 15.000 años en el yacimiento de Taforalt.

A diferencia de lo que se creía hasta ahora, el estudio demuestra que el Sahara Verde no sirvió como pasarela entre el norte y el sur de África. Apenas hay rastro de genes subsaharianos en estas momias, lo que sugiere que prácticas como el pastoreo se extendieron por intercambio de conocimientos, no porque llegaran nuevos pobladores con su ganado. Algo parecido a lo que pasó con otras culturas antiguas que evolucionaron poco a poco, aprendiendo unas de otras.

Un detalle curioso del estudio es que estas momias tienen un 10% menos de genes neandertales que las poblaciones no africanas de hoy, pero bastante más que los grupos del África subsahariana. Esto nos habla de contactos esporádicos con grupos de Eurasia que ya llevaban genes neandertales, y de un cierto aislamiento que ha seguido su propio camino durante miles de años.

"Nuestro estudio revela un linaje con raíces profundas que cambia lo que pensábamos hasta ahora", explica Nada Salem, autora principal de la investigación. Los resultados muestran que estos habitantes del Sahara Verde han dejado una huella en el ADN que perdura hasta hoy, formando parte importante del patrimonio genético de quienes viven actualmente en el norte de África, sobre todo en el Magreb.

El Sahara Verde era un lugar radicalmente distinto al desierto actual, como ya establecimos al principio, donde se desarrollaron las primeras sociedades pastoriles de la región. El proceso de desertificación, que empezó hace unos 5.000 años, transformó por completo el paisaje hasta convertirlo en el desierto que conocemos, aislando todavía más a sus habitantes y ayudando a conservar sus particularidades culturales y genéticas, algo que también ocurrió en otras zonas áridas del planeta.

Conseguir extraer ADN antiguo en un clima tan hostil ha sido todo un logro científico. "El ADN antiguo es clave para reconstruir el pasado humano en zonas áridas", comenta David Caramelli de la Universidad de Florencia, que ha participado en la investigación. Este estudio no solo cuestiona lo que sabíamos sobre las migraciones en África, sino que también destaca cómo las tecnologías y prácticas sociales se expandieron muchas veces por aprendizaje, no solo por movimientos de población.

Las momias de Takarkori nos abren una puerta a un pasado que estaba enterrado bajo la arena del Sahara. Estos restos, que se han conservado perfectamente gracias al clima de la zona, nos obligan a revisar lo que sabíamos sobre migraciones y adaptaciones culturales, y nos recuerdan que nuestros orígenes tienen más giros inesperados de lo que imaginábamos.

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