Un cuarto de los residuos de la Luna acaban en nuestro planeta, y es clave para entender la relación entre ambas

Los impactos en la Luna no solo dejan cicatrices: también lanzan fragmentos que acaban cayendo aquí y cuentan una historia compartida entre ambos mundos

Un cuarto de los residuos de la Luna acaban en nuestro planeta, y es clave para entender la relación entre ambas
Los impactos en la Luna no solo dejan cicatrices: también lanzan fragmentos que acaban cayendo aquí y cuentan una historia compartida entre ambos mundos
Publicado en Ciencia
Por por Sergio Agudo

La superficie lunar está salpicada por miles de cráteres, desde diminutas hendiduras hasta gigantescas cuencas de más de 1.000 kilómetros. La mayoría se formaron durante el Gran Bombardeo Tardío, hace unos 4.000 millones de años, cuando asteroides y cometas chocaban con frecuencia contra los planetas interiores. A diferencia de la Tierra, que borra las huellas del tiempo con su atmósfera, la erosión y la tectónica, la Luna conserva intactos esos impactos. Es, en cierto modo, una cápsula del tiempo del Sistema Solar.

Cuando un asteroide impacta en la Luna, lanza al espacio una gran cantidad de fragmentos. Algunos logran escapar de su débil gravedad y se abren paso hasta la Tierra. Comprender este fenómeno ayuda a saber cómo circula el material entre ambos cuerpos y a reconstruir la historia de los impactos que han modelado nuestro planeta y su evolución geológica, según Universe Today.

El estudio que permite entender este fenómeno

El trabajo, liderado por José Daniel Castro-Cisneros, se apoya en simulaciones realizadas con el software REBOUND. El equipo ha seguido la trayectoria de los fragmentos durante 100.000 años, registrando cada cinco años los momentos en que alcanzan una altitud de 100 km sobre la Tierra. Esa cifra marca el umbral para considerarlos impactos.

Las conclusiones del estudio son claras: cerca del 22,6% del material expulsado por un impacto lunar termina cayendo sobre nuestro planeta. La mitad lo hace en los primeros 10.000 años, y el ritmo de llegadas sigue una pauta matemática: cuanto más tiempo pasa, menos frecuente es el impacto, pero de forma predecible.

También se ha observado que el lugar del impacto lunar influye en el destino de los fragmentos. Los que se lanzan desde el lado contrario al movimiento orbital de la Luna tienen más posibilidades de alcanzarnos. En cambio, los del lado frontal lo tienen más difícil. En cuanto al destino, tienden a concentrarse en el ecuador terrestre, con menos incidencia en los polos. Las velocidades de entrada oscilan entre 11 y 13,1 km/s, y los picos de llegada se producen en torno a las 6 de la mañana y las 6 de la tarde.

Esto podría explicar por qué algunos objetos cercanos a la Tierra tienen origen lunar, como el asteroide Kamo’oalewa. Los investigadores señalan que estudiar trayectorias oblicuas y modelos orbitales antiguos puede ofrecer nuevas pistas sobre cómo fue este intercambio en los primeros compases del Sistema Solar. El interés por la Luna no deja de crecer. Recientemente, se ha descubierto agua en la cara oculta, empresas privadas han anunciado planes para extraer helio-3, e incluso se ha hallado una cueva que podría servir como refugio en futuras misiones humanas.

La Luna no solo influye en las mareas o en el imaginario colectivo. También nos envía testigos físicos de su pasado, fragmentos de roca que cruzan el espacio y terminan cayendo sobre nuestro planeta. Esos restos silenciosos no solo aportan información valiosa, sino que refuerzan la idea de que seguimos unidos por una historia común que se remonta a los orígenes del Sistema Solar.

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