Bluetooth, WiFi, Dolby Atmos: así es el sonido del siglo XXI
La música, las series y los videojuegos conviven en un único sistema donde importan tanto el sonido como la conectividad y la facilidad de uso
El salón ya no es sólo un lugar donde vemos la tele: es el centro de casi todo lo que suena en casa. Música, series, videojuegos, videollamadas, podcasts… todo pasa por ahí. Y lo que hace unos años era un altavoz inalámbrico conectado por Bluetooth se ha convertido en un ecosistema completo donde coexisten Wi-Fi, control por voz, streaming y sonido espacial. El hardware importa, pero la experiencia depende igual de la conectividad y del software que lo gobierna.
La adopción de estos sistemas no surge por capricho, sino por una cuestión de hábitos. España está entre los países con mayor penetración de hogares conectados, y la mayoría del consumo musical ya es streaming. Eso empuja a priorizar soluciones fáciles de instalar, discretas y capaces de cubrir toda la casa sin cableado complejo. Multi-room, asistentes integrados y calibración automática no son lujos: son expectativas básicas.
En ese contexto, fabricantes como Sonos, Bose, Samsung o JBL se han movido hacia propuestas que unifican potencia, integración domótica y sencillez de uso. No se trata de sonar más fuerte, sino de sonar mejor sin exigir conocimientos técnicos. La idea es clara: que el sistema desaparezca y lo que quede sea la música, la escena y el espacio.
Conectividad inalámbrica: Bluetooth y Wi-Fi como base del sistema

JBL Authentics 200, de los mejores altavoces de su clase
La experiencia sonora moderna parte de una idea sencilla: el cable ya no es la unidad mínima de conexión. El Bluetooth ha dejado de ser sinónimo de compresión agresiva y latencia evidente. Con LE Audio y códecs como LC3 o aptX Lossless, la transmisión inalámbrica puede mantener calidad equivalente a CD –esto es matizable–, con menor consumo y mejor estabilidad, aunque con pérdidas. Esto permite algo cotidiano pero importante: pasar del móvil al salón sin pensar en cómo hacerlo.
Sin embargo, cuando la casa completa entra en juego, el Wi-Fi sigue siendo el pilar. El multi-room no solo distribuye música a varias estancias; permite que cada una tenga su propio contenido o que toda la casa quede sincronizada sin desfases. Eso exige más ancho de banda, pero a cambio ofrece sonido sin compresión y una topología mucho más flexible. Sonos, Audio Pro o Bluesound han construido su catálogo alrededor de esta idea.
En términos prácticos, ambos sistemas coexisten. Bluetooth es la entrada rápida, inmediata; el Wi-Fi es la capa estructural que sostiene la experiencia cuando hay varios dispositivos y largas sesiones de escucha. La clave no es elegir uno, sino contar con equipos que hablen con ambos mundos sin fricción. Lo contrario obliga a elegir entre comodidad o calidad, que es justo lo que el usuario ya no está dispuesto a hacer.
Aquí es donde algunos altavoces domésticos empiezan a tener sentido real: los modelos con Wi-Fi para el día a día del multi-room y Bluetooth para la conexión directa. Por ejemplo, la familia JBL Link o la serie Authentics funcionan en ese punto intermedio: integran Google Assistant, reproducen vía Wi-Fi sin compresión y mantienen Bluetooth para la interacción inmediata desde el móvil. Es una forma de resolver la casa conectada sin convertirla en un proyecto de instalación.
Dolby Atmos: del sonido en canales al espacio completo
El cambio importante de los últimos años no ha sido subir el volumen, sino cambiar la forma en que el sonido se organiza dentro del espacio. Durante décadas, la referencia fue el sistema basado en canales: 5.1, 7.1, etc. Todo tenía un lugar fijo, inmutable. Dolby Atmos rompe esa idea y trabaja con objetos sonoros que se pueden mover libremente en tres dimensiones, incluida la vertical. El audio deja de estar “pegado” a los altavoces y empieza a ocupar la habitación.
En un salón doméstico esto tiene consecuencias muy concretas. Para obtener una escena inmersiva no basta con colocar más altavoces: hacen falta canales de altura o un modo de recrearlos. Un sistema 5.1.2, donde los dos últimos dígitos corresponden a altavoces ascendentes o de techo, puede generar la sensación de que algo sucede por encima del oyente. En configuraciones más completas –7.1.4 o incluso 11.1.4–, la tridimensionalidad se vuelve mucho más evidente.
El contenido ya acompaña. Plataformas como Netflix, Disney+ o Apple TV+ distribuyen películas y series mezcladas en Atmos, y servicios de música como Apple Music o Amazon Music permiten escuchar álbumes completos en audio espacial. La disponibilidad ya no es el problema: lo que marca la diferencia es cómo se reproduce en casa. Y ahí entran en juego tanto la calibración automática como la posición del oyente respecto a paredes, techo y muebles.
La complejidad técnica no tiene por qué trasladarse al usuario. Las barras de sonido son precisamente una respuesta a eso: integrar procesamiento, canales frontales, canales de altura y subwoofer sin exigir instalación permanente. Algunas, como las de la serie JBL Bar, optan por módulos desmontables que pueden funcionar como altavoces surround reales sin cableado. Es una solución práctica para pisos urbanos donde el espacio es limitado y las paredes no se pueden perforar.
Lo relevante es que la experiencia final depende de la coherencia del sistema, no del número de altavoces. Una barra bien calibrada en 5.1.2 puede resultar más inmersiva que un 7.1 mal distribuido. El objetivo sigue siendo el mismo: que la escena suene natural, que lo que sucede en pantalla parezca ocurrir en la habitación y que el sonido tenga profundidad, relieve y dirección. Atmos no es un adorno; es una forma diferente de relacionarse con el espacio.
Asistentes de voz y control doméstico: hablarle al sistema, no al aparato

Esta barra de sonido inteligente puede controlar todo el audio de un hogar
La presencia de asistentes de voz en los sistemas de audio no tiene tanto que ver con “encender cosas hablando” como con la gestión del flujo de contenido. Alexa, Gemini y Siri permiten cambiar de canción, ajustar el volumen o mover la reproducción a otra habitación sin sacar el móvil. Esto es lo que convierte al sistema de audio en un componente cotidiano, no en un dispositivo más que requiere atención constante. El control por voz no sustituye al tacto, pero elimina fricciones.
La diferenciación entre asistentes ha cambiado. Alexa sigue siendo el más abierto y utilitario cuando la casa mezcla dispositivos de distintas marcas. En el ecosistema Google, Gemini ha sustituido a Assistant como asistente principal con un enfoque más conversacional: entiende contexto, referencias y solicitudes encadenadas sin exigir comandos rígidos. Siri mantiene su sentido cuando todo lo demás es Apple, porque la sincronización interna y la privacidad están resueltas dentro del mismo sistema. No hay uno universalmente mejor; hay uno que encaja mejor en cada casa.
Lo relevante es cómo se integran estos asistentes en el audio multi-room. Agrupar altavoces en distintas habitaciones, enviar la música del salón al dormitorio o pausar todo lo que suena en casa se hace con una frase. Esto solo funciona cuando los altavoces tienen Wi-Fi además de Bluetooth —si no, la red no puede coordinar la reproducción. Los fabricantes que entienden esto diseñan sus sistemas para que el usuario no tenga que gestionar dispositivos: sólo decir lo que quiere que ocurra.
En ese sentido, los altavoces con Wi-Fi y asistente integrado tienen un papel bastante claro. La serie JBL Link, por ejemplo, incorpora los sistemas de Google y se integra directamente en grupos multi-room sin configuración compleja. No es tanto que “lleve asistente”, sino que se comporta como parte del hogar: reconoce rutinas, automatiza el encendido de luces o la reproducción matinal y puede convertirse en el nodo principal del sistema sin ocupar espacio visual ni exigir instalación.
Tendencias 2025: más inteligencia, menos protagonismo del dispositivo
La evolución del audio doméstico ahora pasa por hacer que el sistema entienda mejor dónde está y qué tiene que hacer. La calibración automática ha dejado de ser un ajuste puntual para convertirse en algo continuo. El equipo escucha la sala, analiza cómo rebota el sonido en paredes, techo y mobiliario, y ajusta la respuesta en tiempo real. El objetivo no es “corregir” la sala, sino adaptarse a ella sin que el usuario tenga que intervenir.
El audio inalámbrico “sin pérdidas” por Bluetooth sigue siendo condicional. LE Audio/LC3 mejora la eficiencia y la robustez; aptX Lossless acerca la calidad de CD cuando la conexión lo permite, pero no garantiza lossless constante ni cubre hi-res. Para lossless sostenido y multi-room estable, el Wi-Fi sigue siendo la columna vertebral: mayor bitrate, sincronía entre estancias y menos variabilidad de enlace.
También hay un cambio en cómo se concibe el multi-room. Antes era una característica “premium” asociada a sistemas cerrados. Ahora es una expectativa básica: lo normal es que la música fluya por la casa sin que el usuario piense en la topología de la red o en cómo están conectados los altavoces. Los fabricantes que lo entienden diseñan sus interfaces para que la casa sea la unidad, no el dispositivo individual. Si el usuario tiene que abrir una app y seleccionar un altavoz concreto cada vez, algo está mal planteado.
La sostenibilidad empieza a influir no sólo en materiales, sino en longevidad y mantenibilidad. Los usuarios urbanos, especialmente, no quieren dispositivos que parezcan “de usar y tirar”. Buscan equipos que puedan integrarse durante años, recibir actualizaciones y no quedar obsoletos cuando llegue un nuevo estándar inalámbrico. Esto implica más modularidad y menos soluciones cerradas que requieran reemplazar todo el sistema para avanzar un paso.
En ese sentido, algunas barras de sonido y altavoces recientes están dando pistas claras. Equipos como las barras de la serie JBL Bar que integran algoritmos como AI Sound Boost o sistemas de calibración automática funcionan como ejemplo de hacia dónde va el sector: dispositivos que se ajustan solos, se integran en la casa y se mantienen relevantes más allá del ciclo habitual de renovación. Lo importante no es lo que el aparato promete, sino lo que permite que el usuario no tenga que hacer.
Cuando el sistema desaparece, queda la experiencia

Hoy en día los sistemas de sonido deben pasar prácticamente desapercibidos para el usuario. La convenciencia es lo primero
El audio doméstico de hoy no va de acumular funciones, estándares o logotipos en la caja. Va de que la casa suene bien sin obligarte a pensar en cómo está sonando. El usuario medio no quiere aprender qué es eARC, ni comparar bitrates, ni saber cuántos objetos sonoros gestiona Dolby Atmos. Eso lo hacemos unos pocos obsesos con la calidad y la reproducción bitperfecta. El usuario doméstico quiere conveniencia: poner una canción mientras cocina, ver una película por la noche sin perder diálogos, o mover la música al dormitorio sin sacar el móvil. Si el sistema está bien planteado, todo eso ocurre sin esfuerzo.
La cuestión técnica existe, pero no es lo que determina la experiencia. Lo que importa es si el sistema responde bien a la vida real: si mantiene las voces claras en escenas ruidosas, si los graves no se descontrolan en un salón pequeño, si pasar la reproducción de una habitación a otra no interrumpe nada. La calidad, en casa, no es tanto un parámetro medible como la ausencia de fricción. Cuando todo fluye, el equipo deja de ser protagonista.
Ahí es donde fabricantes como JBL, Sonos o Bose están afinando su dirección: barras y altavoces que se calibran solos, se integran con asistentes como Alexa o Gemini, y funcionan sin obligarte a reorganizar el salón ni aprenderte un manual. El caso de la JBL Bar con módulos traseros desmontables es claro: no vende “sorround inalámbrico”, resuelve un problema cotidiano —no taladrar paredes, no pelear con cables, no renunciar a tener escena envolvente–. El mejor sistema de sonido no es el que más promete, sino el que no estorba. Está ahí, hace lo suyo, y la casa se llena.