Qué está fallando en el audio Bluetooth: latencia, codecs y el mito del Hi-Res inalámbrico

Qué está fallando en el audio Bluetooth: latencia, codecs y el mito del Hi-Res inalámbrico
Publicado en Tecnología
Por por Sergio Agudo

El Bluetooth lleva más de una década vendiéndose como la respuesta definitiva al audio inalámbrico, pero la tecnología sigue arrastrando limitaciones que ningún eslogan puede esconder. Las marcas hablan de “alta resolución”, “lossless” y “experiencias premium”, pero lo hacen sobre una base física que no da más de sí. La percepción de avance ha sido mayor que el avance real.

La realidad es que todo lo que pasa por Bluetooth está forzado a comprimirse, recortarse, reinterpretarse y sobrevivir a una banda saturada que comparte espacio con WiFi, microondas y cualquier cosa que emita en 2,4 GHz. Las cifras que enseñan los fabricantes no explican cómo funciona el sistema ni por qué hay un techo claro que no se puede romper, por mucha promesa en letra grande que acompañe al lanzamiento de turno.

Este artículo no va de opiniones ni de “para la mayoría es suficiente”, sino de datos medidos, pruebas públicas y comportamientos reales. Si quieres entender qué puede hacer el Bluetooth, qué no puede hacer bajo ningún concepto y por qué, aquí va el mapa completo sin adornos: desde los límites físicos que arrastra la tecnología hasta los códecs que intentan maquillar el problema.

Limitaciones físicas del Bluetooth

El punto de partida es sencillo y es el que casi nunca aparece en la publicidad: el perfil A2DP, el que usa prácticamente todo el audio Bluetooth “clásico”, tiene un techo real de 721 kbps. Da igual lo que ponga la caja del producto o la versión del Bluetooth que anuncie el móvil. Ese bitrate no permite transportar un flujo de CD sin comprimir (1411 kbps), así que la compresión con pérdida es una obligación técnica que no se puede saltar nadie.

A eso se suma la elección histórica de la banda de 2,4 GHz, un espacio donde conviven WiFi, ratones inalámbricos, consolas, wearables y hasta microondas. Es un ecosistema ruidoso, congestionado y con prioridad dinámica: el Bluetooth tiene que hacerse hueco entre señales más potentes y más estables. Por eso aparecen microcortes, bajadas de calidad repentinas o cambios de códec sin avisar. No es mala suerte: es el entorno.

Tampoco ayuda la potencia de transmisión ridícula con la que trabaja el audio inalámbrico. Unos auriculares de Clase 2 emiten unos 2,5 mW; los de Clase 3, todavía menos. Con esa energía, atravesar un bolsillo, una pared fina o un par de cuerpos en un vagón de metro ya es pedir demasiado. Cuanta menos potencia, más agresiva tiene que ser la compresión para mantener la conexión estable.

El diseño de Bluetooth añade otra capa de fragilidad: 79 canales de 1 MHz y un sistema de saltos rápidos (unos 1600 por segundo) pensado para evitar interferencias. Funciona, pero tiene un coste. Cuando el canal está saturado, el salto no basta y hay que recurrir a errores corregidos, fragmentos reenviados o directamente a reducir la cantidad de información enviada. No es que el códec “suelte calidad”: es que no hay espacio para mantenerla.

La consecuencia práctica es clara: el Bluetooth no puede garantizar estabilidad ni calidad sostenida al nivel que prometen sus campañas. Todo lo que llega al oído del usuario es el resultado de pelearse con un canal estrecho, ruidoso, compartido y alimentado por una potencia mínima. Esa es la base real sobre la que trabajan todos los códecs; lo demás son interpretaciones más o menos optimistas de una tecnología con un margen físico muy marcado. Por eso tu música suena distinta por Bluetooth.

Desmontando los códecs: la verdad detrás de cada uno

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EDIFIER Stax Spirit S10, earbuds que soportan casi todos los codecs que aquí aparecen

El ruido que generan los códecs empieza siempre en el mismo sitio: cada fabricante promete un salto de calidad que, en teoría, supera al resto, pero todos comparten las mismas limitaciones físicas. Ninguno puede empujar más información de la que cabe en el canal Bluetooth, así que el juego consiste en elegir qué se sacrifica y cómo se disimula. Por eso hay tantos nombres distintos para resolver exactamente el mismo problema.

SBC es el estándar básico y, por extensión, el que se lleva la mala fama. Pero esa reputación no le corresponde del todo. Bien configurado, SBC puede ofrecer resultados sorprendentemente limpios, incluso mejores que LDAC en su modo más agresivo. El problema es que muchos dispositivos lo implementan con ajustes conservadores para ahorrar energía, lo que recorta rango y detalle. Su peor enemigo no es la ingeniería, sino cómo lo usan los fabricantes.

AAC es la prueba de que un códec no vale nada sin un tratamiento serio por detrás. En el iPhone, donde Apple usa hardware dedicado para codificar, AAC alcanza niveles de ruido y distorsión que superan a opciones teóricamente más avanzadas. Esta calidad no depende de usar AirPods: cualquier auricular compatible con AAC se beneficia por igual, porque el trabajo fino está en el lado del iPhone y no en el de los cascos. En Android, en cambio, todo depende del móvil: se codifica por software, hay variaciones enormes entre modelos y la calidad final baila según el procesador, la versión del sistema y hasta la carga interna. Dos mundos opuestos bajo el mismo nombre.

aptX HD y aptX Adaptive son el intento de Qualcomm por colocar una familia “premium” dentro del ecosistema Android. Sobre el papel prometen mayor rango dinámico y una adaptación inteligente al estado del canal. En la práctica, las mediciones objetivas los sitúan en un nivel intermedio, lejos de esa supuesta superioridad. aptX HD ronda los –98 dB de ruido, correcto pero no marca una diferencia importante, mientras que Adaptive cambia su comportamiento según las interferencias, lo que significa que no siempre suena igual.

El caso más llamativo llega con aptX Lossless, la gran promesa de “calidad de CD sin pérdidas” en Bluetooth. Técnicamente puede hacerlo, pero solo bajo unas condiciones ideales que casi nunca existen en el mundo real. Basta que haya una red WiFi cerca, que aumente un poco la distancia o que aparezca un obstáculo para que el códec reduzca su bitrate y pase a un modo con pérdidas sin decírselo a nadie. En escenarios reales es un sistema inestable que no garantiza nada.

Qué está fallando en el audio Bluetooth: latencia, codecs y el mito del Hi-Res inalámbrico

Características de la última versión de Snapdragon Sound, el intento de Qualcomm por estandarizar el audio Bluetooth

LDAC es el códec que más ha alimentado el mito del Hi-Res inalámbrico. Sony lo vende como capaz de mover hasta 990 kbps y manejar audio de 24 bits y 96 kHz. El problema es que las mediciones contradicen la narrativa: aparece un corte claro en 17,8 kHz y su modo de máxima calidad es tan inestable que la propia Sony recomienda el de 660 kbps. En Android, lo normal es que el sistema rebaje a 330 kbps ante cualquier interferencia, y en ese modo LDAC llega a medir peor que SBC.

A esa confusión contribuye el sello “Hi-Res Wireless”, un logotipo que suena a estándar de calidad pero que solo certifica dos cosas: que el dispositivo acepta una señal de 24/96 y que es capaz de reproducir hasta 40 kHz. No analiza estabilidad, ruido, distorsión ni comportamiento real en entornos saturados. Es un requisito técnico muy concreto disfrazado de garantía global; igual que la certificación Hi-Res Audio para auriculares cableados, que sólo habla de las capacidades del hardware y no de cómo trata este a la señal. Su impacto práctico es nulo para el usuario.

La coexistencia de tantos códecs distintos no refleja una explosión de avances, sino la insistencia de la industria en encontrar una forma de vender limitaciones como ventajas. Cada códec compensa de una manera diferente la falta de ancho de banda: uno sacrifica rango, otro estabilidad, otro aplica compresión más agresiva y otro juega con bitrates variables que suben y bajan según la situación. El comportamiento final cambia más por las condiciones del entorno que por la etiqueta del códec.

El patrón común es inescapable: ninguno de estos sistemas puede saltarse las leyes básicas que gobiernan el Bluetooth. Todo lo que suena a inalámbrico pasa por un embudo estrecho, ruidoso y compartido, y la calidad final depende de cómo cada códec decide pelear ese embudo. El marketing puede adornarlo con nombres nuevos cada pocos años, pero las mediciones cuentan otra historia: la física siempre gana.

Lo que sí es apreciable es cómo trata cada códec los transitorios: aptX HD suele conservar bien los ataques rápidos cuando el canal está limpio, Adaptive lo hace de manera irregular porque su bitrate cambia según la situación, AAC funciona muy bien dentro del ecosistema del iPhone y LDAC —en cuanto baja a 330 kbps— empieza a suavizar los bordes y a introducir artefactos que borran parte del detalle inicial.

Capas de compresión: Bluetooth es lossy por (mínimo) partida doble

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El Bluetooth siempre comprime, y lo hace al menos dos veces

Cuando un archivo viaja por Bluetooth, no llega tal cual salió de la fuente: sufre al menos dos procesos de compresión antes de entrar en el oído del usuario. Primero, la pista original ya suele venir comprimida —es la norma en muchas plataformas digitales—. Luego el códec Bluetooth vuelve a comprimirla para que quepa en el canal de 2,4 GHz. Cada pasada elimina información distinta, y aunque no siempre es audible a simple oído, la suma termina dejando una huella clara en detalle, dinámica y cuerpo.

A partir de ahí entra en juego la psicoacústica, que es la forma elegante de decir que el códec decide qué partes del sonido considera “prescindibles”. En situaciones cómodas, los algoritmos pueden mantener transitorios, ataques y texturas, pero cuando el canal se complica empiezan los recortes: primero desaparecen los extremos en frecuencia, luego los microdetalles y, si hace falta, se redondean los bordes de la señal para evitar cortes. Es el motivo por el que muchos usuarios describen el wireless como “más suave” o “menos definido” incluso sin saber por qué.

Además del filtrado por compresión, Bluetooth añade el efecto invisible de las correcciones de error y los reenvíos de paquetes. Cuando una parte de la señal no llega limpia, el sistema tiene dos opciones: reenviar el fragmento o reconstruirlo con aproximaciones matemáticas. Ambas soluciones cuestan tiempo y ancho de banda. Como el canal no da más de sí, el códec reduce todavía más la información que manda para mantener la reproducción estable. Cada vez que esto ocurre, la calidad baja un escalón, aunque el usuario no vea ningún aviso.

El resultado es un comportamiento que nunca es completamente estable. La calidad del Bluetooth no depende solo del códec, sino del estado del aire en cada momento. Dos escuchas idénticas pueden sonar distintas porque el móvil está más lejos, porque hay más dispositivos en la sala o porque el router está trabajando más de lo normal. De ahí que las promesas de “calidad constante” o “experiencia Hi-Res inalámbrica” no tengan respaldo físico: el sistema cambia lo que envía según lo que puede, no según lo que promete.

Latencia y jitter: por qué el Bluetooth tarda tanto en entregar lo que escuchas

Qué está fallando en el audio Bluetooth: latencia, codecs y el mito del Hi-Res inalámbrico

El Bluetooth siempre introduce latencia y jitter, lo que puede afectar muy negativamente a la hora de usar el protocolo para ciertas cosas

La latencia es la suma de todos los retrasos que sufre la señal desde que sale del teléfono hasta que llega al oído, y en Bluetooth esa cadena es larga. No se trata solo del tiempo de transmisión: hay que codificar el audio, comprimirlo, empaquetarlo, enviarlo por radio, recibirlo, descomprimirlo y volverlo a convertir en una forma que el auricular pueda interpretar. Cada uno de esos pasos añade milisegundos, y en conjunto forman un retraso que rara vez baja de los 150–200 ms en condiciones normales.

Ese retardo aumenta porque Bluetooth utiliza sistemas de corrección de errores y reenvíos que, aunque necesarios, son lentos. Si un paquete llega dañado o con demasiado ruido, el sistema pide una retransmisión o reconstruye la parte perdida, y ambas opciones obligan a usar buffers más grandes. Esos buffers son la razón por la que no escuchamos cortes en cada interferencia… pero también el motivo por el que el audio siempre llega tarde. Cuanto más ruido haya en la banda, más crecen esos márgenes de seguridad.

El jitter, por su parte, no es una cuestión de calidad “esotérica”, sino de variación en el tiempo. Es la irregularidad con la que los paquetes llegan al auricular: unos antes, otros después. Si no se corrigiera, la reproducción sonaría entrecortada. Para evitarlo, los auriculares vuelven a recurrir a buffers que alinean los paquetes antes de reproducirlos. El problema es que ese alineamiento añade todavía más latencia, porque el sistema necesita esperar lo suficiente para compensar esas variaciones sin que el usuario note nada raro.

Las marcas suelen anunciar cifras muy optimistas porque solo miden una parte del recorrido: la transmisión pura, sin codificación ni decodificación y sin condiciones reales de interferencia. En el mundo físico, la latencia final es la suma de todos los pasos del proceso, y por eso incluso auriculares que prometen 40 ms acaban rondando los 150–300 ms en uso real. aptX Low Latency, que sí bajaba del umbral de los 50 ms, ha desaparecido del mercado porque era frágil, costoso y poco compatible.

La consecuencia práctica es evidente: el Bluetooth funciona bien para escuchar música, pero se queda corto para todo lo que dependa de sincronía estricta. En videojuegos, Series o videollamadas, la voz y la imagen no van perfectamente alineadas, y en instrumentos musicales o monitorización en tiempo real es directamente inviable. La tecnología puede mejorar la latencia, pero no puede eliminarla: es un efecto estructural del modo en que Bluetooth empaqueta, envía y corrige la señal.

Bluetooth 6.0: lo que mejora, lo que no cambia y lo que nunca podrá hacer

Bluetooth 6.0 llegó como una evolución del estándar, no como una ruptura. La gran novedad es la optimización del flujo ISOAL, que permite transmitir datos de forma más eficiente y reducir la latencia sin comprometer la estabilidad. También gestiona mejor la congestión de la banda de 2,4 GHz y hace que los dispositivos coordinen sus saltos de frecuencia de manera menos caótica. Son mejoras reales, pero son refinamientos de ingeniería, no un cambio de paradigma en el audio inalámbrico.

Lo que no cambia —y es lo que más importa— es el ancho de banda disponible para audio. Bluetooth 6.0 no aumenta el bitrate utilizable para transmitir música sin compresión. La estructura del sistema sigue siendo la misma, con las mismas limitaciones físicas y la misma necesidad de comprimir la señal para que quepa en el canal. Puedes tener una latencia más baja y una conexión más estable, pero nunca tendrás más espacio para meter información.

El códec LC3, y su variante ampliada LC3plus, son las piezas que más interés han despertado. LC3 ofrece mejor calidad perceptual que SBC a bitrates más bajos y con latencias muy reducidas, lo que lo hace ideal para auriculares TWS y dispositivos que necesitan ahorrar energía. LC3plus puede trabajar a 96 kHz y latencias extremadamente bajas, pero sigue siendo un códec con pérdidas y su adopción real —a día de hoy— es testimonial. No es la solución al audio “lossless”, ni está cerca de serlo.

En la práctica, Bluetooth 6.0 mejorará la experiencia en situaciones concretas: menos retardo en juegos y vídeos, menos microcortes en entornos densos y una respuesta más suave en auriculares con procesadores modestos. Pero no resolverá el problema central de esta tecnología, porque no puede hacerlo: el canal no da para más. La compresión seguirá siendo obligatoria, la calidad seguirá dependiendo del entorno y el “lossless inalámbrico” seguirá siendo más un bonito sueño que realidad.

Equipos reales: cuando la teoría choca con el uso diario

Qué está fallando en el audio Bluetooth: latencia, codecs y el mito del Hi-Res inalámbrico

Las condiciones ideales nunca aparecen en el uso real

Los Sony WH-1000XM5 son un ejemplo perfecto de hasta dónde puede empujar el marketing una tecnología que, en realidad, no da para tanto. Sobre el papel, LDAC a 990 kbps y la compatibilidad Hi-Res Wireless sugieren un salto enorme frente a otros auriculares del mercado. La narrativa es ambiciosa y parece difícil de rebatir.

En el uso real, sin embargo, el modo de 990 kbps aparece en condiciones tan concretas que prácticamente no existe fuera del laboratorio. Lo normal es que Android rebaje la transmisión a 660 kbps o incluso a 330 kbps en cuanto detecta congestión en la banda de 2,4 GHz. La promesa del “modo máximo” queda reducida a algo anecdótico.

A eso se suma el ya mencionado corte en 17,8 kHz, que desmonta por completo la idea de un flujo Hi-Res real. Cuando el canal se complica, LDAC difumina transitorios, suaviza ataques y puede llegar a introducir artefactos. El resultado no es desastroso, pero sí está muy lejos de lo que insinúa la publicidad. Los XM5 son buenos auriculares; simplemente no pueden hacer milagros con Bluetooth.

El caso del iPhone con AAC es justo lo opuesto. Apple no vende nada parecido a un “Hi-Res inalámbrico”, ni usa cifras grandilocuentes, ni recurre a logotipos dorados. Aun así, su implementación de AAC es la mejor que existe ahora mismo en consumo. La codificación por hardware y el control del encoder logran niveles de ruido y distorsión que superan sin esfuerzo a códecs más presuntuosos.

Lo más importante, y ya lo comentamos en el apartado dedicado a los códecs, es que esta calidad no depende de usar AirPods. Cualquier auricular compatible con AAC recibe exactamente la misma señal, porque todo el trabajo fino ocurre en el iPhone. Aquí se ve con claridad que un códec no vale por su nombre, sino por cómo está implementado. La ingeniería, no el marketing, marca la diferencia real.

Los Samsung Galaxy Buds muestran otro enfoque muy común: el del bitrate variable como promesa flexible. El Scalable Codec puede llegar a 512 kbps y el Seamless apunta en teoría a cifras mucho más altas, pero en uso real las condiciones nunca son las ideales y el códec reduce el bitrate agresivamente para mantener la conexión estable. El usuario termina escuchando algo más cercano a un modo de “mínimo viable” que a un supuesto “máximo disponible”. Es la mejor metáfora del Bluetooth actual: el techo se anuncia, pero casi nunca se pisa.

Conclusión: qué esperar realmente del Bluetooth y qué no

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La tecnología Bluetooth lleva años intentando estirar un canal que nació para otra cosa. Sus limitaciones físicas son claras: un ancho de banda demasiado reducido, una banda de 2,4 GHz saturada y una arquitectura que obliga a comprimir la señal sí o sí. Aunque los códecs intenten maquillar el problema con estrategias distintas, todos operan dentro del mismo margen estrecho y todos acaban sacrificando información cuando el entorno se complica. La teoría es ambiciosa; la práctica es la que es.

El repaso a su comportamiento real deja claro que el Bluetooth sirve para escuchar música de forma cómoda, pero no para aspirar a un audio sin pérdidas ni a una estabilidad comparable al cable. La calidad final depende más de la implementación —como en el caso del AAC del iPhone— que del nombre del códec, y la experiencia nunca es completamente estable: varía con la distancia, la interferencia y la potencia de transmisión. Ningún estándar, ni siquiera Bluetooth 6.0, cambia ese marco.

Lo importante para el usuario no es perseguir el modo “máximo” que promete cada fabricante, sino entender que este sistema tiene un techo que no se puede mover. Bluetooth seguirá mejorando detalles, pero no romperá sus propias reglas. Dentro de ese límite, puede sonar bien; fuera de él, no hay milagros. Y al menos, con los datos delante, es más fácil separar la ingeniería real de la narrativa que intenta venderla como algo que nunca ha sido.

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