Un día sin luz: mi experiencia en la hecatombe

Así viví el apagón del 28 de abril de 2025 en Madrid

Un día sin luz: mi experiencia en la hecatombe
Fotografía de una estación de metro en mitad de un apagón / Fotografía de Claudio Schwarz (Unsplash)
Publicado en Tecnología

Era un lunes como cualquier otro, pero el 28 de abril de 2025 se va a quedar grabado en la memoria de muchos de nosotros. Sobre todo, si nuestro día a día se paralizó y se convirtió en una búsqueda continua de soluciones para llegar al siguiente nivel. Ese es mi caso, el apagón generalizado que vivimos ayer me pilló subida en un tren de cercanías. ¿Cómo fue la experiencia? Os adelanto que desconcertante y a la vez motivadora. Pero, seguid leyendo y os cuento todo.

Para poneros en situación yo me encontraba en un tren de cercanías en la Comunidad de Madrid. Curiosamente, estaba de camino a un evento que pensaba cubrir para 2Trendies al que, al final, no llegué. Tenía tiempo, por lo que por el camino estaba mirando el correo y revisando cosas tranquila. Soy mamá y del AMPA del colegio de mi hijo, por lo que en ese momento estaba hablando por teléfono con otro papá, organizándonos para hacer gestiones. De repente, la llamada se corta y por mis auriculares vuelve a sonar el podcast que estaba escuchando (“La Ruina” por si alguien tiene curiosidad).

El tren se para, nada nuevo si soléis moveros en cercanías, pensé que había perdido la cobertura. Nos encontrábamos entre dos estaciones, bajo un puente. Por la megafonía no decían nada y el resto de los pasajeros estaba tranquilo, seguramente pensando lo mismo que yo: “ya estamos con las paraditas”.

La primera noticia de que algo pasaba me llego en forma de mensaje. Mi pareja me contaba que se había ido la luz en casa y acto seguido el papá con el que charlaba por teléfono me dice “se ha ido la luz en toda España”. Apenas llevaba 5 minutas ahí y ya todos estábamos escribiendo que no llegábamos, que el tren estaba parado. Se escucha a alguien decir, “también están sin electricidad en Portugal”

Entonces llegó el comunicado oficial por megafonía: “Señores pasajeros, vamos a estar parados unos instantes” nada más. Después descubrí que andaban igual de sorprendidos que nosotros, por lo que no sabían que más decir. Media hora más tarde, nos dicen por megafonía que se trata de un apagón general en la Comunidad de Madrid. Fue entonces cuando los pasajeros del vagón empezamos a hablar, a darnos información unos a otros porque no teníamos acceso a Internet y las comunicaciones o no existían o llegaban a cuenta gotas.

Gracias a contar con smartphones conseguimos ver las noticias. Es entonces cuando escuchamos “apagón generalizado en España, Portugal, Bélgica…” de repente, se hizo el silencio. “¿Qué ha pasado?”. Esa era la pregunta general. Algunos pensaron en seguida en un ciberataque, pero lo cierto es que se mantuvo la calma. Ante la incógnita nos quedamos a la espera. Y el tiempo pasaba.

La maquinista fue vagón a vagón explicando lo poco que sabía. No podían evacuarnos de forma segura, al menos de momento, pero el tren tenía que apagarse. Así que abrimos puertas para que entrara el aire. Algunos decidieron salir, la maquinista no nos lo recomendó porque no sabíamos si volverían a circular en breve y los laterales de las vías estaban llenos de basura.

Los que nos quedamos decidimos llevarlo lo mejor posible. Ahorrando batería en los móviles, conectando alguien de vez en cuando para ver las noticias, cuando se ponía. Comunicándonos con nuestra familia, el trabajo… cuando se podía. Compartiendo los teléfonos, el agua o cualquier galleta que tuviéramos. Ya que la hora de la comida nos pilló ahí sin saber cuanto tardaríamos en llegar a nuestros destinos.

Pero llegó el momento de salir. Personal de seguridad de Renfe venía andando por las vías y nos ayudaron a salir, habilitando un espacio para poder salir a la calle. ¿Lo mejor de este momento? Ver que todos nos echábamos una mano. Pensábamos que, saliendo, llegar a casa sería fácil. Pero aún quedaba enfrentarnos al caos que se había formado y que desde el interior del tren desconocíamos.

Como si de una procesión se tratase, todos los pasajeros íbamos en grupo, primero por las vías y luego por las calles cercanas a ellas. Buscábamos como llegar a nuestros destinos, pero no había medios, no conseguíamos hablar con nadie para que nos recogiera o pedir un Uber. Los taxis no paraban, porque no podían cobrar, no funcionaban los datáfonos.

Cientos de pasajeros nos reuníamos en las paradas del autobús, sin saber si podríamos llegar. Los autobuses se vieron desbordados y, aunque en general intentaron llevar a todo el mundo, el espacio era insuficiente. De repente, alguien paró su coche frente a la parada y gritó: “¿alguien a Valdemoro?”. Cuatro personas se subieron. La escena se repitió varias veces y nos organizamos por destinos.

Las hojas de cuadernos pasaron a convertirse en un medio de comunicación con los conductores. "Madrid", "Getafe", "Pinto"... Nombres de distintos municipios de Madrid se convirtieron en nuestros carteles para intentar llegar a casa de alguna forma.

Los carteles se heredaban,alguien se subía a un coche y se lo dejaba al que quedaba en tierra. Unas cuatro horas sin luz y con la comunicación interrumpida y ya habíamos organizado grupos y compartido todo lo que llevábamos. Aplausos a quien recogía a alguien, señales de "no" de algunos conductores y llamadas a gente desconocida para que sepan que su familiar estaba bien. Desesperación por ir a recoger a los niños, preocupación por no saber qué pasaba, pero, sobre todo, espíritu cívico.

La espera se alargaba. Pero, de repente, un camión de reparto se detuvo al leer mi cartel. Cristian se llama nuestro salvador de ese momento. Sandra, la chica que fue conmigo. Pasamos el cartel y deseamos suerte a los que quedaron. El conductor nos decía que su destino quedaba más lejos, pero pasaba por nuestra zona y quería, al menos, ayudar en algo.

Para él, el día se había complicado al no poder disponer del GPS, y tirando de memoria consiguió seguir su trabajo, aunque el tráfico estaba muy congestionado.

Por fin llegamos, y nos consideramos afortunadas porque solo nos había costado casi cinco horas llegar. En casa, mi pareja recogió al niño en el colegio tras una larga caminata y de repente, los parques tenían más niños que nunca. El móvil, ya casi muerto, no nos daba mucha a información y cuando por fin regresó la luz se escuchó la ovación generalizada.

Todo terminaba, o no, ya que no sabíamos qué había pasado. Nos dimos cuenta de lo que dependemos de la electricidad, de lo vulnerables que nos sentimos, pero sobre todo, de que aún hacemos por cuidar de nuestros semejantes. Yo no pasé peligro: había mucha Policía intentando ayudar, no tuve problemas y todo el mundo estuvo a favor. Quizás mi día sin luz no fue un drama, pero muchas personas se vieron perdidas sin saber qué hacer. Espero, al menos, que estás personas se encontrasen con la ayuda necesaria. ¿Cómo lo viviste tú?

Para ti
Queremos saber tu opinión. ¡Comenta!