Walkman, Discman y MP3: cuando llevar la música encima cambió el mundo
Del Walkman al streaming, una historia de cómo la tecnología cambió no solo la música, sino también la forma en que la habitamos
Tengo una confesión que hacer: aún conservo mi primer Walkman. Es un Sony con radio incorporada que me regalaron en las navidades de 1991, con 8 años cumplidos el mes anterior, y que funciona perfectamente más de tres décadas después. Pesa exactamente 195 gramos sin las pilas AA y cada vez que lo cojo me pregunto cómo demonios conseguían los ingenieros de Sony meter tantos componentes en tan poco espacio.
Y precisamente desde que aquel reproductor de casetes portátil apareció en 1979, la historia del audio se movió con la misma urgencia que sus oyentes. Del Walkman al Discman, del MP3 al iPod, cada salto tecnológico significó más canciones, más memoria, más velocidad. La idea de “llevar la música encima” se volvió sinónimo de libertad, de identidad, de control sobre el propio silencio. En menos de treinta años pasamos de cintas que se atascaban a bibliotecas infinitas que cabían en un bolsillo.
La pregunta, entonces, no es cómo llegamos hasta aquí, sino qué se perdió por el camino. ¿Qué significó realmente la portabilidad para la cultura musical, y cómo ese impulso inicial —escuchar en movimiento— terminó derivando en altavoces, auriculares y plataformas que ahora definen la manera en que el mundo suena?
1979-1990: El Walkman y la libertad musical

El Walkman Sport fue otro de los grandes éxitos de Sony en esta época
La historia del Walkman tiene su gracia. Masaru Ibuka, cofundador de Sony, se hartó de no poder escuchar ópera en los vuelos largos sin molestar a los demás pasajeros. Los reproductores portátiles de finales de los 70 eran unos mamotretos pensados para grabar, no para escuchar música con calidad decente. Los ingenieros de Sony cogieron su grabador Pressman, le quitaron la función de grabación y le añadieron un sistema estéreo con auriculares de apenas 50 gramos.
El 1 de julio de 1979 salió a la venta el TPS-L2 con un precio de 33.000 yenes, unos 150 euros actuales. Su diseño metálico azul con detalles plateados no era casual: Sony quería que pareciese un dispositivo profesional, no un juguete. Incluía dos conectores de auriculares para compartir música, algo que Sony publicitó como "una función social para un dispositivo antisocial". La frase tenía su ironía.
Sony esperaba vender 5.000 unidades al mes. En los primeros dos meses vendieron 50.000. El éxito no era solo comercial: el Walkman cambió cómo la gente se relacionaba con la música. Por primera vez podías elegir qué escuchar sin depender de la radio o sin obligar a otros a aguantar tus gustos musicales. La personalización de la música había llegado para quedarse.
El invento generó controversias inmediatas. Críticos como Allan Bloom lo compararon con drogas y lo tacharon de antisocial. No les faltaba razón, parcialmente: el Walkman rompía con décadas de experiencias musicales compartidas. La música dejaba de ser algo colectivo para convertirse en algo íntimo. Padres y educadores se quejaban de ver a los jóvenes caminando "desconectados del mundo real" con sus auriculares puestos. Para los neurodivergentes como yo fue una bendición, digan lo que digan.
El impacto técnico fue igual de importante que el social. De repente había que conseguir que unos altavoces diminutos –los auriculares; para hablar de miniaturización de altavoces aún quedaba– sonasen bien, que las baterías durasen horas y que todo cupiese en un dispositivo del tamaño de un libro de bolsillo. Para empresas como JBL, acostumbradas a trabajar con monitores de estudio de varios kilos, esto suponía repensar completamente cómo hacer buenos transductores en tamaños ridículamente pequeños.
Discman: la llegada de la calidad digital

El Discman D-50 fue el primer reproductor de CDs portátil. En su aspecto se basan muchos de los reproductores portátiles modernos
En 1984 Sony presentó el Discman D-50, el primer reproductor portátil de CD. Si el Walkman había solucionado el problema de la portabilidad, el Discman prometía solucionar el de la calidad. Los CD ofrecían 44.1 kHz de frecuencia de muestreo y 16 bits de resolución, muy por encima de lo que podía ofrecer cualquier casete analógico. El problema era que los primeros modelos pesaban más de medio kilo y costaban una fortuna.
La diferencia de calidad era brutal. Los casetes se desgastaban con el uso, acumulaban ruido de fondo y perdían agudos. Los CD sonaban igual en la primera reproducción que en la número mil. Para cualquiera que tuviese un equipo decente, escuchar el mismo disco en Walkman y en Discman era como pasar de la radio FM a un sistema de monitores profesionales. Sony vendió 100.000 unidades del D-50 en su primer año, una cifra modesta pero que marcó el inicio de la era digital portátil.
El problema técnico más grande de los Discman era su sensibilidad al movimiento. Un casete podía aguantar saltos, golpes y traqueteos sin problemas. Un CD se paraba cada vez que el láser perdía la pista. Sony desarrolló sistemas anti-shock que almacenaban hasta 10 segundos de audio en memoria RAM para evitar interrupciones. Era una solución cara pero efectiva que permitía usar Discman corriendo o en bici.
A mediados de los 90 aparecieron los Discman con soporte MP3. Podían leer tanto CD de audio normales como CD-ROM con archivos comprimidos grabados. Un CD convencional almacenaba 74 minutos de música. El mismo disco con MP3 a 128 kbps podía guardar más de 10 horas. La diferencia era espectacular, aunque la calidad de audio bajase ligeramente.
Para la industria del audio profesional esto era fascinante y preocupante a la vez –sobre todo preocupante–. Fascinante porque se podía meter mucha más música en el mismo espacio. Preocupante porque los usuarios empezaban a acostumbrarse a archivos comprimidos con menos calidad que el CD original. JBL y otras marcas tuvieron que plantearse cómo mantener la calidad de sonido cuando el material fuente ya no era perfecto.
MP3: cuando la música se hizo totalmente digital

El iPod lo cambió todo cuando apareció. A día de hoy, sigue siendo un dispositivo coleccionado, apreciado y muy moddeable
El formato MP3 nació en 1987 de la tesis doctoral de Karlheinz Brandenburg en el Instituto Fraunhofer. Su objetivo era comprimir audio digital eliminando las frecuencias que el oído humano no percibe o percibe mal. El resultado fue el MPEG-1 Audio Layer 3, que reducía el tamaño de los archivos hasta 12 veces manteniendo una calidad aceptable. A 128 kbps, un CD de 650 MB se convertía en 50 MB de archivos MP3.
El primer reproductor MP3 comercial fue el MPMan de Saehan en 1998, con 32 MB de memoria flash. Podía almacenar unos 30 minutos de música comprimida, una cifra ridícula para los estándares actuales pero revolucionaria entonces. Le siguió el Rio PMP300 de Diamond Multimedia, que acabó en los tribunales cuando la RIAA intentó prohibir su venta argumentando que facilitaba la piratería musical –lo mismo dijeron del cassette–.
Los reproductores MP3 resolvieron un problema que arrastrábamos desde el Walkman: la limitación física del soporte. Ya no hacía falta llevar casetes o CD encima. Con una conexión USB podías meter cientos de canciones en un dispositivo del tamaño de un mechero. Los primeros modelos tenían pantallas LCD monocromo diminutas y interfaces horrorosas, pero funcionaban.
Napster apareció en 1999 y nadie estaba preparado para su impacto: de repente cualquiera podía descargar cualquier canción sin pagar. La industria discográfica entró en pánico y empezó una guerra legal que duró años –y de cuyas consecuencias no se han recuperado del todo aún–.
Los usuarios, milennials en su mayoría que crecieron con el formato físico y que se despegaron de él con mucha alegría, se acostumbraron a tener bibliotecas musicales enormes sin pagar por cada álbum individual. En 2003 Napster tenía 80 millones de usuarios compartiendo archivos. Hoy en día la generación Z está haciendo el camino inverso, cambiando lo digital por lo físico porque quieren tener una vinculación tangible con su música –cosa con la que yo, personalmente, estoy muy de acuerdo–.
Para las marcas de audio esto planteaba nuevos retos. Los archivos MP3 a 128 kbps tenían menos información que un CD, especialmente en frecuencias altas. Había que conseguir que altavoces y auriculares sonasen bien con material fuente comprimido. JBL empezó a experimentar con procesado digital de señal para compensar las limitaciones del MP3, algo que décadas después acabaría siendo estándar en sus altavoces bluetooth.
Streaming: cuando la música se hizo infinita

Tidal es una alternativa más ética a Spotify y cuenta con prácticamente el mismo catálogo de artistas y álbumes
El iPhone llegó en 2007 y liquidó el mercado de reproductores dedicados de un plumazo, aunque no del todo. ¿Para qué llevar un iPod, un teléfono y una cámara cuando un solo dispositivo hacía las tres cosas? Apple vendió 1.4 millones de iPhones en los primeros 200 días. Los reproductores MP3 empezaron a desaparecer de las tiendas casi inmediatamente.
Con los smartphones llegó el streaming de música. Spotify se lanzó en 2008 ofreciendo millones de canciones por una cuota mensual. Ya no hacía falta descargar ni almacenar música: con conexión a internet podías escuchar lo que quisieras cuando quisieras. En 2010 Spotify tenía 10 millones de usuarios. En 2024 supera los 600 millones.
El streaming cambió también cómo se escucha música fuera de casa. Sin reproductores dedicados, la gente empezó a buscar altavoces bluetooth para conectar con el móvil. JBL se lanzó de cabeza a este mercado con su serie Flip, lanzada en 2012. Un altavoz cilíndrico de 540 gramos que sonaba sorprendentemente bien para su tamaño y que podías llevar a cualquier parte.
El modelo de negocio del streaming tiene su lado oscuro. Spotify paga entre 0.003 y 0.005 euros por reproducción a los artistas. Para ganar el salario mínimo, un músico necesita que escuchen sus canciones más de un millón de veces al mes. Las plataformas ganan dinero, los usuarios tienen acceso ilimitado, pero los artistas cobran una miseria comparado con las ventas físicas de antes.
La calidad de audio del streaming ha mejorado considerablemente, aunque no gracias a Spotify. Esta platraforma ofrecía hasta hace nada 320 kbps en Ogg Vorbis, el mínimo necesario deseable por el que nadie debería esperar recibir aplausos, pero cargándose información muy valiosa en el proceso –de cómo maltrata a los transitorios de la señal y de cómo esto hace que la percusión sea mucho menos contundente hablaremos en otro artículo–.
La plataforma ya tiene un modo sin pérdidas, pero yo ya hace mucho tiempo que dejé de estar suscrito a la plataforma y no voy a hacerlo sólo para probarlo. Por lo que a mí respecta, Spotify es el pasado; otros servicios que ofrecen reproducción lossless de manera nativa son el presente y en cierto modo el futuro –además de que Jack Dorsey, dueño de Tidal, no invierte en inteligencia artificial para usos militares–.
Apple Music y servicios como Tidal ofrecen audio sin pérdidas en FLAC o ALAC –el códec propietario de Apple para música lossless–. Para la mayoría de usuarios, la diferencia con un CD es imperceptible, especialmente si escuchan con auriculares normales o altavoces bluetooth pequeños.
El futuro ya está aquí

El HiBy R6 Pro Max, uno de los mejores DAPs de su categoría
La evolución del audio portátil desde aquel TPS-L2 de 390 gramos hasta los actuales altavoces JBL de 200 gramos que suenan infinitamente mejor es increíble. Hemos pasado de 90 minutos de música por casete a bibliotecas ilimitadas en streaming. Y la calidad, contra lo que muchos piensan, ha mejorado en casi todos los aspectos.
Los altavoces bluetooth actuales incorporan tecnologías impensables hace una década. El JBL Flip 7 incluye procesado digital de señal, ecualización automática según el entorno y drivers que combinan materiales desarrollados originalmente para monitores de estudio. Pesa menos que un Discman de los 90 y suena mejor que muchos equipos domésticos de la época. Altavoces más grandes como el JBL Xtreme 4 ofrecen más potencia que muchos equipos de los 90 en un tamaño mucho más contenido, en comparación.
La inteligencia artificial está empezando a cambiar cómo escuchamos música. Algoritmos de recomendación que conocen nuestros gustos mejor que nosotros mismos, ecualización automática que se adapta al tipo de música y al entorno, procesado que mejora archivos comprimidos en tiempo real. JBL ya incluye AI Sound Boost en sus modelos más recientes, que ajusta el sonido automáticamente según lo que estés escuchando.
En contraposición a todo esto, hay una corriente de usuarios que estamos remando en la dirección opuesta con los DAPs o reproductores de música digital. En Andro4all ya probamos en su momento el FiiO M15s y, más recientemente, el FiiO JM21. Básicamente es recoger el espíritu del iPod de una amplia biblioteca digital, pero sustituyendo el MP3 por archivos FLAC y con unos chips DAC que consiguen una conversión realmente buena. Y, además, salir de una maldita vez del infierno del algoritmo.
Lo que no ha cambiado es lo fundamental: seguimos queriendo llevar nuestra música a todas partes y que suene lo mejor posible. La tecnología ha evolucionado enormemente, pero la motivación básica sigue siendo la misma que tenía Masaru Ibuka en aquel avión de 1979. Solo que ahora, por fin, tenemos herramientas que están a la altura de nuestras expectativas.