Lo que aprendí al escuchar música en un sistema de 70.000 euros: una referencia que no se olvida

Escuchar con esta referencia no consiste en que todo suene “mejor”, sino en entender lo que realmente hay en la grabación

Lo que aprendí al escuchar música en un sistema de 70.000 euros: una referencia que no se olvida
Un sistema así no embellece la música ni la suaviza: revela su estructura, sus decisiones de mezcla y, a veces, sus costuras
Publicado en Tecnología
Por por Sergio Agudo

Cuando a uno lo llama una de las casas con más pedigrí en el mundo del audio y de la alta fidelidad, no puede sino acudir a la convocatoria. Es como si la realeza te dijese que tienes que ir a su casa tal día, a tal hora. No puedes negarte, es algo que va más allá de la simple cortesía; te pones tus mejores galas y vas a donde te digan.

Y quizá porque Bowers & Wilkins son parte de la realeza de la alta fidelidad –para quien escribe un par de pasos por encima de algunas marcas con más leyenda y precios muy inaccesibles–, cuando me invitaron a pasar un tiempo escuchando música en sus instalaciones en Barcelona pues... vaya, que no iba a decir que no. Habría sido muy estúpido por mi parte hacerlo.

Al estar allí descubrí varias cosas. La primera, y quizá la más importante, fue que a pesar de formar ahora parte de Harman B&W seguirá siendo ella misma. Desde el punto de vista del oyente es importante que las marcas mantengan su independencia aun dentro de una matriz, especialmente cuando tienen una firma sonora muy característica.

Ya sabéis, si nos leéis habitualmente, que ya hemos probado productos suyos en Andro4all. Ponemos como ejemplo los excelentes earbuds TWS que son los Bowers & Wilkins Pi8, o el excelente ejemplo de lo que debería ser la gama alta en auriculares de diadema que son los Bowers & Wilkins PX8 S2. Pues bien, lo que escuché en Barcelona va mucho más allá de lo que la marca nos ofrece en auriculares.

Un poco de historia: ¿cómo llegamos hasta aquí?

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Fachada de la tienda original de Bowers & Wilkins en Worthing

No me refiero a mi historia con el fabricante, sino a la de la firma en sí. La historia arranca con John Bowers, que durante la Segunda Guerra Mundial sirvió en el Royal Corps of Signals del ejército británico, trabajando en transmisiones y comunicaciones militares. Aquella experiencia técnica y de precisión marcaría su forma de entender el sonido: exactitud, neutralidad y control.

Al terminar la guerra, Bowers regresó a su localidad, Worthing, y abrió una pequeña tienda de radios y equipos de audio junto a Peter Hayward. Esta tienda servía tanto para vender, como para reparar aparatos. Fue allí donde Bowers empezó a destacar no solo reparando, sino mejorando los equipos que llegaban al taller. Tenía clara la idea de que la reproducción debía acercarse lo máximo posible a la realidad.

Entre las clientas habituales de la tienda había una señora ya mayor que llevó su aparato de radio para que se lo reparase. Como era habitual en él, no sólo arregló la radio estropeada: mejoró los altavoces que incorporaba, lo que sorprendió y agradó a partes iguales a la clienta. Fue gracias a este pequeño gesto que ambos trabaron una amistad muy cercana.

Cuando ella falleció, dejó en herencia a Bowers 10.000 libras, una suma muy considerable para la época. Ese dinero fue el punto de inflexión: Bowers compró su parte del negocio a Peter Hayward y designó a Roy Wilkins como la persona encargada de llevar la gestión administrativa de la recién nacida empresa. Así nació en 1966 B&W Electronics Ltd. –el nombre comercial Bowers & Wilkins se consolidaría más adelante–.

A partir de entonces y ayudado por el dinero que había heredado, la misión de Bowers estuvo muy clara: crear los mejores altavoces del mundo para el entonces naciente y en ebullición mercado de alta fidelidad. Y de aquellos polvos, estos lodos: presencia como monitores de referencia en los míticos Abbey Road Studios, fabricante de algunas de las familias de altavoces más emblemáticas de la historia –como la serie Nautilus– y, en general, un pedigrí del que muy pocos pueden presumir. Y de todos esos lugares y todas esas salas, a mí me dejaron entrar un día entero para escuchar sus equipos sin prisas. Ese detalle dice más de una marca que cualquier folleto.

En uno de los templos del audio de Barcelona: así suena la gama alta

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Marantz, una de las marcas hermanas de Bowers & Wilkins, tiene mucha presencia en su showroom

Antes de comenzar a hablar de lo que pude ver y escuchar mientras estuve allí, me veo en la obligación de dejar clara una cuestión importante: la mayoría no estamos preparados para el nivel de detalle del audio high-end. No estoy hablando de audio de alta resolución, eso es otra cosa. Además, esa certificación, como ya he dicho en incontables ocasiones, se entrega por las capacidades físicas de un equipo y no por cómo afecta este a la señal.

De lo que estamos hablando aquí es de equipos que tratan a la señal de audio de forma exquisita. No es alta resolución por las capacidades del hardware, sino por lo que este te permite escuchar. Y, creo que decir esto también es importante, para oídos acostumbrados a equipos "de andar por casa" la fatiga auditiva que esto provoca puede ser importante. No porque lo que se oye sea malo, de ninguna manera: hay una especie de sobreestimulación auditiva, si es que existe tal cosa. Al menos, esa fue la sensación que yo tuve.

¿Y por qué pasa esto? Bueno, lo que he podido leer sobre psicoacústica al respecto dice que, cuando pasamos de un equipo doméstico a algo que es realmente de gama alta no tenemos un mapa mental previo de referencia. Sabemos qué vamos a escuchar porque conocemos las canciones –a fin de cuentas somos nosotros quienes las elegimos–, pero un sistema que reproduce tanta microinformación con tanta sutileza necesita que nuestro cerebro haga un trabajo previo. Por eso nos abruma.

Un sistema surround creado para epatar

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Parte frontal de la sala surround

La primera experiencia de escucha la tuve en la sala que veis en la imagen que preside estas líneas: un salón de actos que cuenta con un sistema 5.1.2 que incorpora los siguientes altavoces:

  • Dos B&W 702 Signature frontales encargados de la imagen estéreo.
  • Un altavoz central B&W 700 HTM71 Signature que ejerce de eje central.
  • Dos altavoces B&W 705 Signature que funcionan como surround.
  • Un subwoofer B&W DB4S para reproducir las frecuencias más graves.
  • Dos altavoces empotrados colocados en el techo.

Estos altavoces se pusieron a prueba con el Live in Berlin del vocalista de jazz Gregory Porter, que además de ser un portento y llevar unos músicos excelentes, sirvió para ver cómo se organizaba la escena con un material real. Lo primero que llamó la atención fue la estabilidad del eje central: la voz se sostenía firme en el espacio, sin desplazarse con los cambios de dinámica.

La escena sonora no era amplia por extensión, sino por profundidad: se podía identificar con claridad qué instrumentos estaban en primer plano, cuáles en el segundo y cómo se articulaban entre ellos. No había velos entre capas, cada plano estaba delimitado sin necesidad de exageración.

En la zona baja, contrabajo y bombo no competían, sino que ocupaban espacios distintos: el contrabajo aportaba textura y cuerda; la batería, impacto y cuerpo. El piano se mantenía como base armónica estable sin sobresalir ni perderse, y el saxo aparecía con aire suficiente como para percibir la columna de sonido y el movimiento del intérprete.

El cine según B&W: las películas no se ven, se viven

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Sala de cine de B&W

La segunda parte de la demostración fue más breve. Estuvimos unos quince minutos viendo una secuencia de Misión Imposible: Fallout –la sexta entrega, con Simon Pegg ya integrado en el equipo–. En esta sala no se veían los altavoces y tampoco me dijeron qué sistema de amplificación se estaba utilizando. Aquí lo relevante no era el catálogo, sino la experiencia en sí.

Lo más evidente desde el primer momento fue el control dinámico. La mezcla de cine tiende a jugar con saltos bruscos entre silencio y explosión, entre susurro y caos. En este sistema, esos cambios no resultaban agresivos ni comprimidos: había margen, tanto en lo suave como en lo violento. La voz se mantenía inteligible incluso dentro de la acción, sin ser tragada por motores, impactos o ambiente.

El sonido espacial era envolvente sin artificio. No había efecto de “te estoy tirando cosas por detrás”, sino una continuidad natural entre planos: la sala se sentía coherente. Los efectos de altura no se percibían como trucos, sino como una expansión vertical que abría la escena sin distraer del eje narrativo.

En la zona baja, el grave no buscaba impresionar. No retumbaba, no inflaba, no invadía. Estaba integrado. Cuando había impacto, estaba. Cuando no tocaba, desaparecía. Ese control es más difícil de conseguir que el simple golpeo constante, y aquí estaba resuelto. No fue una escucha larga, pero sí suficiente para ver algo claro: cuando un sistema está bien ajustado, lo extraordinario pasa desapercibido. La película simplemente ocurre delante de ti.

"El santuario": así suena el estéreo en un equipo de más de 70.000 euros

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Altavoz B&W 803

La sala que el equipo de B&W España llama "el santuario" tiene su nombre muy merecido: una sala perfectamente preparada y acondicionada para escuchar música y sólo para ese propósito. Presidiendo la escena, dos altavoces B&W 803 acompañados de un tocadiscos Marantz TT-15S1, un streamer Link 10n, un amplificador Marantz Model 10 –con su etapa en clase D de alto control y un previo con módulos HDAM discretos que aportan densidad y calma al medio– y un reproductor Super Audio CD también de Marantz cuyo modelo específico no anoté.

No era una demostración orientada al impacto, sino a la escucha en profundidad. Aquí lo importante no era el volumen ni el espectáculo, sino cómo el sistema organizaba el espacio, la textura y el tiempo. El precio importa menos de lo que parece: lo que justifica los más de 70.000 euros que menciono en el título no es cuánto suena, sino cómo suena.

Comenzamos el recorrido auditivo por el Super Audio CD. El elegido fue un disco de Diana Krall –podéis observar que el jazz es una parte importante de esta experiencia–. Lo primero que llamó la atención fue el sonido de sala: ese aire que rodea al contrabajo y permite percibir su tamaño real. En la voz se escuchaban las tomas de aire previas a la frase, el contacto de la lengua y el paladar, las pequeñas articulaciones. No era detalle para impresionar, sino información colocada en su sitio, sin exageración.

Y aquí es donde la amplificación marcó la diferencia. No añadió calidez artificial ni suavizó la señal; simplemente mantuvo todo estable, sin empujar nada hacia adelante. El grave no invadía, sólo sostenía. El medio no se abría en exceso, sólo estaba presente con naturalidad. El agudo no brillaba, simplemente respiraba. Esa ausencia de tensión es la que permite escuchar sin esfuerzo.

No pudimos probar el tocadiscos debido a un ruido de masa que el equipo de B&W había detectado antes de mi llegada y que no pudieron resolver a tiempo, pero sí pudimos utilizar el Link 10n con Qobuz. Y ahí pude salir del jazz y entrar en un terreno que me resulta más propio.

Lo que aprendí al escuchar música en un sistema de 70.000 euros: una referencia que no se olvida

SACD Marantz

Comencé la escucha, como viene siendo habitual en todos mis análisis de equipo, con el Black Album de Metallica. Sí, sé que más de uno se estará llevando las manos a la cabeza al cometer semejante sacrilegio en un sistema de este nivel, pero es un disco cuya firma sonora conozco como la palma de mi mano. No es mi favorito, pero probablemente sea el que más veces he escuchado en mi vida. Incluso puedo predecir cómo se traduce entre diferentes equipos y plataformas.

Es un estándar dentro de la producción moderna de rock y metal, pese a tener 34 años. La mezcla de Bob Rock es algo que todos los que trabajamos con guitarras distorsionadas estudiamos en algún momento. Siempre lo había considerado un disco impecable en lo técnico… hasta escucharlo en las B&W 803.

Lo que antes interpretaba como “brillo” resultó ser saturación en la zona alta. No había artificio ni exageración en los altavoces: simplemente no estaban ocultando nada. La mezcla seguía siendo buena, pero ya no era perfecta. Lo que cambió no fue el disco, sino mi capacidad para percibir lo que realmente hay ahí. Desde entonces, esa saturación la sigo oyendo incluso en configuraciones menos reveladoras. No es un defecto del sistema, sino una característica de la producción que siempre estuvo ahí. Simplemente, ahora no puedo no oírla.

Otro aspecto destacable de la escucha del Black Album fue la cola de la reverb en la caja. Siempre había sido consciente de ella –esa reverberación amplia y teatral aplicada a la bordonera para darle dimensión–, pero nunca había podido seguir su decaimiento completo. Aquí sí. Por primera vez pude identificar el punto exacto donde esa cola se extingue en el silencio. No es un detalle llamativo en sí mismo, pero sí es revelador: el sistema no solo muestra más información, sino que permite percibir dónde termina.

Lo que aprendí al escuchar música en un sistema de 70.000 euros: una referencia que no se olvida

Marantz Model 10

Después de este jarro de agua fría, tuve que elegir con cuidado lo siguiente. Decidí ir a terreno seguro: The Ballad of John Henry de Joe Bonamassa, producido por Kevin Shirley. Aquí la historia fue otra. Esta mezcla sí deja espacio. La voz se situaba firme en el eje, la guitarra respiraba sin invadir, y la base rítmica tenía peso sin engordar. En vez de exponer problemas, el sistema permitió seguir la estructura interna de la canción: dónde entra la dinámica, dónde se recoge, cómo se sostiene la tensión. No sonaba “mejor”: simplemente se entendía más.

Cerramos la sesión de escucha entrando en terrenos puramente electrónicos. Tangram, de Tangerine Dream, y Chronologie, de Jean-Michel Jarre, sirvieron para evaluar cómo el sistema gestiona escenas amplias y elementos que no tienen un origen físico evidente. En Tangram, lo que en muchos equipos se presenta como una masa ambiental pasó a organizarse en planos: líneas secuenciales, colchones armónicos, pulsos rítmicos y texturas se distinguían con claridad, sin perder cohesión.

Con Chronologie, especialmente en Chronologie IV, el foco fue el recorrido del estéreo. Los movimientos de un canal a otro no se percibían solo como panoramización, sino como trayectorias reales en el espacio, con un punto de partida, un desplazamiento y un destino. La imagen no se abría por amplitud, sino por intención: se podía seguir el gesto del sonido en la sala.

Los requisitos detrás del sonido: lo que nadie cuenta

Lo que aprendí al escuchar música en un sistema de 70.000 euros: una referencia que no se olvida

Marantz Link 10n

Llegados a este punto es fácil caer en la trampa de pensar que el altavoz lo es todo. No lo es. Unos B&W 803 no “suenan” por sí mismos: reproducen exactamente lo que reciben. Si la señal que les llega está comprimida, mal amplificada o contaminada, eso es lo que van a entregar. Por eso, en una escucha como la que viví, el mérito no está sólo en los altavoces, sino en la cadena completa.

Para empezar, la fuente importa. El Super Audio CD no añade magia, pero sí aporta una señal limpia y estable, sin pérdidas y sin artefactos digitales que puedan enmascarar microinformación. Esa estabilidad es la que permite percibir los silencios y los decaimientos con claridad. Si la señal llega degradada, no hay altavoz que pueda recuperarla.

Después está la amplificación. No se trata de potencia, sino de control. Las 803 no necesitan que las empujen: necesitan que las sujeten. La etapa en clase D del Model 10 hace justo eso: mantiene el woofer donde debe estar, sin que se desboque ni invada la mezcla. El previo con módulos HDAM discretos se encarga del resto: orden, densidad y calma en la zona media. Sin ese equilibrio, la escucha que describo arriba sencillamente no aparece.

El cableado también juega un papel importante, aunque no en el sentido místico que algunos proclaman. No se trata de que un cable “suene” distinto, sino de que no limite. Cuando hablamos de secciones amplias –50 mm en este caso– no es para “mejorar” el sonido, sino para garantizar que no hay pérdida ni caída de corriente en el camino. Un altavoz que no recibe corriente estable no entrega escena estable.

Y, por último, el factor que casi nunca se menciona: la sala. Al tratarse de una instalación especializada sí había acondicionamiento acústico –igual que en la sala surround y en la de cine; soy consciente de que en los hogares esto no se encuentra–, pero no entendido como “paneles por todas partes” ni como un laboratorio. Había difusores en el techo y detrás del punto de escucha, y el resto del espacio estaba distribuido para que el sonido pudiera formarse sin obstáculos. La difusión no elimina la energía: la reparte, evitando que la escena se colapse hacia el oyente o hacia los altavoces.

Escuchar no es lo mismo que oír

Salir de una escucha así no deja una sensación de espectáculo, sino de ajuste interno. No es que uno quiera inmediatamente comprar unos altavoces de este nivel, ni mucho menos. Lo que cambia es la referencia, la idea de cómo puede organizarse el sonido cuando nada lo estorba. Y ese cambio, aunque sutil, es profundo: modifica la manera en que reconocemos y comprendemos la música que ya conocíamos.

Lo que más sorprende no es la nitidez, sino la ausencia de esfuerzo. No hay necesidad de “prestar atención” ni de analizar: la información aparece sola y en su sitio. La escucha deja de ser un acto de búsqueda y pasa a ser un acto de reconocimiento. Es el mismo disco, la misma pieza, la misma voz… pero revelada sin el velo al que nos hemos acostumbrado durante años.

También hay una consecuencia difícil de ignorar: no todo suena igual de bien. Algunos discos se sostienen con una claridad admirable. Otros muestran costuras. Y esa confrontación no es cómoda, pero sí honesta. Un sistema así no premia la nostalgia ni el mito; muestra lo que hay, y es uno mismo quien debe decidir qué hacer con eso.

No se trata de perseguir equipos imposibles ni de convertir la escucha en una obsesión. Se trata de saber que la música puede ser entendida con más precisión de la que solemos permitirnos. Que existe una diferencia entre oír y escuchar. Y que, una vez que esa diferencia se experimenta en la práctica, es difícil olvidarla. De nuevo, gracias al equipo de Bowers & Wilkins España por invitarme, abrirme los ojos y también los oídos.

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